Sr. Director: en la edición Nº 90 de la Revista Naval, fue publicado un artículo de mi autoría bajo el título “Serán solo 9 meses”. Recientemente un importante medio de prensa escrita publicó favorables comentarios generales a la Revista y en particular al citado artículo. Nuestra historia es rica en episodios poco conocidos o recordados, vividos por la gente de mar. Por eso se valora y se agradece la difusión de una historia prácticamente ignota, referida a la muestra de valentía de un Observador Naval Uruguayo al servicio de Naciones Unidas, que permitiera años atrás salvar la vida del Primer Ministro de Timor Oriental. Observador qué, a partir de ese suceso, viviera 15 años participando en peligrosas misiones trabajando para la ONU. El cronista con sensibilidad elogia la historia e invita a leerla, lo cual es un reconocimiento amable y alentador, pero resulta insoslayable señalar una precisión importante. La historia está narrada en primera persona, pues en términos literarios eso hace más agradable este tipo de lectura. Seguramente eso llamó a confusión al cronista, quien me atribuye el protagonismo de la historia, cuando simplemente fui su escritor. Durante la narración se referencia al protagonista con su nombre de pila real, Fernando, y al pie del artículo, se menciona de forma explícita su nombre completo, Capitán de Navío (R) Fernando Vaccotti. De él es el mérito en el terreno, en ese increíble episodio y sus posteriores misiones. Él fue quien, como acertadamente señala el cronista, dejó pedazos de piel y de familia en ese duro camino. Apreciaría la correcta difusión de su nombre. Agradeciendo desde ya su consideración, le saludo atentamente.
Contralmirante (R) Hugo Viglietti
NOTA: La nota a la cual refiere el artículo es la siguiente, referida al CN Retirado Fernando Vaccotti.
SERÁN SOLO NUEVE MESES
Se llamaba Matzule, tenía unos ojos enormes, mirada triste y asustada. Fuimos amigos por casi cuatro años, unos años intensos que cambiarían mi vida. Yo tenía por costumbre contemplar el atardecer junto al río que cruzaba la ciudad en lenta corriente. Dili, la capital de Timor Oriental no tenía ciertamente demasiados atractivos turísticos y menos en esa época convulsionada. Apenas unos años atrás, en 1999, las primeras fuerzas de Naciones Unidas que habían llegado a Timor, encontraron un país cruelmente incendiado y devastado. Llevaba un mes desplegado como Observador Militar. Si bien la ocupación de Indonesia y el accionar de las milicias paramilitares ya pertenecían al pasado, el país se encontraba igualmente en una muy difícil e inestable situación política y social, producto del deterioro económico y la destrucción del aparato productivo que toda guerra deja siempre como secuela.
Matzule tenía apenas 10 años, pero llevaba a cuestas el dolor de una infancia marcada por el hambre y el horror. Los primeros días se sentaba en un muro cercano y me miraba sin devolver ni mi sonrisa ni mi saludo. Hasta que un día se acercó. A propósito, me había puesto a jugar con unas piedras un viejo juego de la infancia. Él me miraba tirar unas piedras hacia arriba, correr otras con la mano y la curiosidad pudo más que su aprensión. En silencio le enseñé los movimientos y le pasé las piedras. Sus primeros intentos fueron un desastre, pero al otro día me sorprendió metiendo todas sus piedras bajo el arco de sus delgados dedos. Por primera vez lo vi sonreir. El contraste entre su piel oscura y la blancura de sus dientes junto a la espontánea frescura de su risa generaron en mi, una cálida sensación de ternura. Allí nació una amistad inevitablemente condenada a la separación.
Nunca había ido a una escuela, intenté enseñarle a leer y a escribir, pero no era fácil. Hablaba una mezcla de portugués con tetum, un dialecto local. Compartíamos casi a diario esa grata hora de entreluces y también él me enseñaba de su gente y costumbres. Le regalé una de mis boinas azules y cada tanto le arrimaba nuevos pines que él encantado prendía en ese tesoro que mantenía envuelto y escondido. A su vez él me regaló un cordón con una pequeña cruz que había tallado a mano en sándalo, una madera oscura con un curioso aroma. Timor es uno de los dos únicos países asiáticos de religión predominantemente católica, pero en algunos lados consideraban al sándalo como un árbol sagrado. Con su carita seria Matzule me dijo que esa cruz me protegería y siempre miraba mi cuello para confirmar que allí estaba su regalo.
Un día en aquel fatídico agosto lo vi particularmente nervioso. Me previno que algo grande se estaba gestando. Y así fue… el nivel de alerta se había elevado desde el Cuartel General a categoría Rojo, la más alta en términos de peligro. Los disturbios sociales iban en aumento y todos fuimos convocados. Muchos lugares del sudeste asiático se habían caracterizado desde siempre por la costumbre de acompañar con fuego sus reclamos y eso estaba ocurriendo en la convulsionada capital.
La pobreza, el hambre, los familiares y amigos muertos que aún dolían, los campos rociados por napalm que seguían sin producir, gente que había retornado de las colinas, los bosques o los campos de refugiados para encontrarse con sus hogares destruidos, todo confluía en un descontento social que estallaba. La gente enardecida iba prendiendo fuego todo lo que pareciese oficial o del gobierno. Yo iba velozmente por calles laterales hacia el Cuartel General con mi camioneta blanca con el símbolo azul de ONU pintado al costado, cuando recibí la llamada de Elleke, la funcionaria holandesa de ONU que aseguraba tener una ascendencia noble, como la etimología de su nombre. En esta ocasión su voz lejos de noble, parecía desesperada. Con gritos y llantos de fondo me decía que la turba estaba prendiendo fuego el Parlamento y el edificio de ONU donde estaban sitiados, que por favor fuera a ayudarles.
Mis años en el Cuerpo de Fusileros Navales me habían preparado para situaciones como éstas. Allí estuve en dos períodos que marcaron y formaron profundamente mi carácter. Primero como Jefe de Pelotón entre 1979 y 1981. El punto clave en ese entonces fue el entrenamiento. No solamente el físico que suele acompañar ese concepto, sino el entrenamiento mental y táctico para manejarse en cualquier terreno, en cualquier situación. Aquellas primeras operaciones “Río Revuelto” cuando uno vivía a campo y dormía en una carpa si tenía suerte o en un árbol si era necesario y se alimentaba como podía, esas experiencias unían a todos los hombres del Pelotón o de la Brigada, con los lazos indisolubles de la camaradería forjada en el rigor y el convencimiento. Las palabras Honor, Obediencia y Lealtad se grabaron a fuego en mi espíritu en aquella época. Habiendo sido díscolo en mi juventud, reconozco que recién allí aprendí a sentir y a asumir la Obediencia como valor. Más tarde en 1986, fui llamado para cumplir otro ciclo en el FUSNA. Estaba en otra etapa aventurera de mi vida, haciendo el curso de vuelo en la Aviación Naval. Me iba bien y me faltaba poco para terminarlo, pero me dijeron que me precisaban y no lo dudé, allá fuí por otros tres años a cumplir funciones con el distintivo del FUSNA en el pecho, el contorno de Uruguay cruzado con un ancla y un fusil con bayoneta calada.
En definitiva, esos años me enseñaron a actuar mecánicamente en situaciones difíciles. Así, cuando recibí el pedido de ayuda tampoco dudé, di instrucciones al chofer y hacia allá fuimos. Al llegar el panorama era dantesco, en efecto ambos edificios, emplazados juntos, empezaban a arder desde su planta baja. La guardia de ONU y de la Policía de Timor había huido o desaparecido. Paré en la calle de atrás, donde la anarquía era menor y le dije al conductor que me esperara sin apagar la camioneta. Entré y corrí escaleras arriba, hasta llegar al tercer piso donde estaba Elleke y la gente. No podía dar crédito a mis ojos… allí en medio del desconcierto y el caos, estaba Mari Alkatiris, el Primer Ministro de Timor Oriental, junto a Alexander Driesma que años después le sucedería y otras autoridades políticas y funcionarios. Dos muertos y un heterogéneo grupo de veinte personas, la mayoría aterradas y ningún plan de evacuación. La situación era insostenible y requería una acción inmediata. Con un poco de inglés, otro poco de portugués y un mucho de gritos y ademanes, los organicé en una fila para ir bajando por la escalera trasera hasta la puerta por donde había entrado minutos antes. Tomé al Primer Ministro del brazo y encabecé el descenso mientras pensaba como haría para evacuar a todos, primero bajando entre las llamas que ya cubrían los dos primeros pisos y luego si llegábamos, como escapar tantos en un vehículo para seis personas.
A fuerza de gritos y empuje, llegamos a la puerta trasera del edificio. Allí pensé en Dios, cuando vi llegar y parar junto a mi camioneta, otro Land Rover de ONU, del cual descendió el Deputy del Contingente, un General australiano de armas tomar y tres custodias. Entre ambos metimos apiñados a las autoridades y a los funcionarios en los dos vehículos y los despachamos de forma perentoria hacia la custodiada Base de ONU distante dos kilómetros. Las dos camionetas salieron quemando cubiertas cuando la turba dando la vuelta al edificio comenzó a rodearnos. Éramos cinco, el General y sus tres hombres armados con arma corta y yo, como buen Observador sin armas. No importaba, sacar las armas y disparar sobre la multitud hubiese sido un suicidio. Ante un disturbio gigante como el que veíamos, se podría abatir a los primeros, pero sin duda los demás se encargarían muy prontamente de nosotros. El General me miró y nos entendimos en seguida: “hacia la Base, como sea”. Fue como en una película de zombies… en un sentido la multitud, gritando y pechándose… en sentido contrario nosotros cinco en cuña, abriéndonos paso a golpes y empujones. En un momento vi venir a un local con un machete, lo golpeé y esquivé a medias el golpe, sentí un corte en el costado, seguimos, habría varios más.
Paso a paso, lentamente al principio, más rápido luego nos fuimos abriendo paso. Hasta que llegamos a la Base, los cinco con heridas varias y diversas, pero vivos. El General me dio un abrazo y sonriendo me dijo:
– Fernando, uruguayo, me has hecho sentir joven nuevamente – mientras me mostraba sus nudillos, al igual que los míos, rojos y despellejados.
Mirando hacia atrás siento que lo ocurrido después, fue todo tan intenso como efímero. Con sentido reconocimiento del Primer Ministro fui nombrado Jefe de Observadores y pasé tres años más en Timor. También trabajé esos años junto al Representante Especial del Secretario General de Naciones Unidas, la autoridad máxima de ONU en Timor. Cuando la Armada en Uruguay, que había sido más que generosa, accediendo a los pedidos de ONU para que mi estadía se prolongara, me llamó por fin, la disyuntiva fue dura. Por razones de jerarquía y especialidad mi vida laboral pasaría a desarrollarse en una oficina, atrás de un escritorio.
Pensé en las historias vividas en esos años, en la ayuda que pude brindar. Pensé en el legado enorme que tiene la Armada ayudando en misiones humanitarias de Naciones Unidas. En efecto desde aquella icónica misión en Camboya en la década del 90, hasta las actuales misiones en Congo y Haití, nuestra Armada ha sabido desplegar contingentes navales y observadores que ayudaron a esas sufridas naciones en todo tipo de tareas. Sierra Leona, Eritrea, Etiopía, Chipre, Irak, Kuwait, el Sahara Occidental, Burundi, en todos estos países ha habido presencia naval uruguaya aportando, fundamentalmente en llevar esperanza para una vida mejor.
Yo estaba en contacto con varios camaradas del FUSNA que también vivían situaciones de peligro. Días atrás, el 3 de junio, como corolario de los conflictos étnicos entre Hutus y Tutsis, se había dado un alzamiento en el Congo con instancias muy difíciles. Sabía que en una de ellas, dos amigos, Rubens y Alberto habían vivido una experiencia similar a la que viví con el general australiano cuando la turba en Timor se nos venía encima. En este caso ambos vieron como la llamada Casa Naval, donde vivían en Kinshasa, se vio asaltada por una turba enardecida de locales que rompieron puertas y saltaron muros. Eran siete compatriotas, pero solo ellos dos estaban armados. Con decisión y valentía tomaron dos pistolas y 48 balas cada uno, se pusieron espalda con espalda, con pistola en mano apuntando alternativamente al suelo y al cielo mientras los locales los rodeaban. Ellos sabían que si la violencia escalaba, podrían abatir a los primeros atacantes, pero inevitablemente la masa de gente atrás, terminaría fácilmente con ellos. Estaban aún frescos los recuerdos de las salvajes matanzas en Bunia poco tiempo atrás. Fueron momentos de mucho autocontrol y de firmeza en gestos y palabras para ser lo suficientemente disuasorios y que los locales dudaran… hasta que por fin una sirena empezó a sonar lejana y los locales abandonaron el predio. Una vez más el entrenamiento fusilero, ese que a uno hace actuar en automático ante situaciones difíciles, se había impuesto. La ayuda había llegado gracias al profesionalismo y empuje de un Coronel uruguayo que cumplía funciones en el Cuartel General de MONUC (Misión de las Naciones Unidas en el Congo). Desde Montevideo le enviarían luego un sentido reconocimiento mencionando que el éxito de un buen conductor militar no se medía solo en términos de triunfar en batallas, sino también en términos de evitar las bajas innecesarias entre sus subordinados.
Rubens fue y es un referente en el FUSNA. Empezó joven como Alférez de Fragata, Jefe de Pelotón igual que yo y fue destinado al Cuerpo varias veces en diferentes jerarquías. Recordé una frase de Roosevelt que él solía citar: “El mérito pertenece al hombre que está en la arena, aquel cuya cara se estropea por el polvo, el sudor y la sangre, aquel que lucha valientemente asumiendo el desafío por una causa noble; ese hombre sabrá que su lugar nunca estará con aquellas almas frías y tímidas que nunca han conocido el peligro, la victoria o la derrota”.
Finalmente tomé decisión, pedí el retiro y seguí al servicio de ONU. Y el destino, que sabe ser irónico, tenía preparado mucho polvo, mucha arena para mi futuro. Fui destinado a varias Misiones del DPKO, el Departamento de Operaciones de Mantenimiento de la Paz de las Naciones Unidas e integradas. Además de Timor Oriental estuve en Irak, Asia Occidental, Haití, Líbano, así como misiones políticas en Jordania, Colombia, República Dominicana, Argentina, Paraguay, Indonesia, Guyana y Surinam. Dejé de contar el tiempo por hojas de almanaque… y pasé a contarlo por almanaques enteros…
Santa Lucía del Este muestra un colorido concierto de verdes y ocres en un otoño que se presenta demasiado frío. El viento suave del Río de la Plata envuelve mis recuerdos. Cierro con un suspiro el álbum de fotos y recortes que mi hija menor armó con fragmentos de los años pasados. Cada página, cada foto tiene una historia atrás. Con una sonrisa recuerdo cuando en el 2001 mi Jefe me propuso concurrir como Observador a Timor Oriental… serán solo 9 meses me dijo… y habían pasado 15 años… 15 largos años de aventuras… Acabo de cerrar esa importante etapa de mi vida donde literalmente dejé pedazos de piel y de familia. Afortunadamente conservo intacto el amor de mis hijos con quienes comparto ahora estas historias. Georges Villiers escribió: “los recuerdos son los cabellos blancos del corazón”. Miro el mar, miro el cielo y acaricio como tantas veces la cruz de madera que pende de mi cuello… pienso en Matzule y en sus ojos grandes, tan vidriosos como los míos el día que nos despedimos. Nunca más volví a verlo.
Notas del autor: el CN (R) Fernando Vaccotti fue condecorado por Naciones Unidas y recibió en sus 15 años al servicio de ONU varias distinciones entre ellas de Timor, Indonesia y Malasia. El CN Rubens Romanelli luego de prestar servicios durante más de 20 años en el Cuerpo de Fusileros Navales, finalizó su carrera como Comandante del mismo.
Excelente nota, agradezco a Vision Maritima recoger tan ilustrativo y emotivo recuerdo mis felicitaciones por la iniciativa al C/A Vigletti y lamentar que estas historias de camaradas, las encontremos sólo por la actitud de uno de ellos, cuando debieron ser difundidas y valoradas como por si solo se justifican. La Armada ha sido esquiva en resaltar los valores de sus integrantes en facetas que debieran ser conocidas, por sus demás integrantes y más por los detractores eternos de las FFAA.
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Muy buena historia y gracias por contarla. Soy Sgto(R) del Ejército y desde luego he estado en misiones de paz. Camboya, Angola, Congo y Haiti en dos oportunidades.
Tuve la suerte de realizar operaciones con gente de la armada en Haiti. Un gran experiencia.
Felicitaciones por haber accionado de esta manera. Obviamente el entrenamiento al cual fue sometido, ayudó mucho.
Hermosa historia yo conozco algo de eso por que fui a varias misiones