Puerto 1840: Gobierno y privados a favor del desarrollo

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En nota anterior nos referíamos al interés y preocupación de nuestros primeros gobernantes por las cosas del puerto y sus actividades. En nota anterior nos referíamos al interés y preocupación de nuestros primeros gobernantes instalados en los tiempos de la independencia y bajo el techo de la libertad alcanzada porque nos llamaba a reflexion el hecho de su preocupación —Rivera, Oribe, Lavalleja— por las cosas del puerto y sus actividades así como organizar la Aduana obviamente para obtener fondos públicos que tanto se necesitaban en aquel tiempo. Todo se hacía en la bahía a lancha, descarga y carga de mercaderías y embarco y desembarco de pasajeros. Era obvio que estaba en la mente de todos instalar muelles portuarios para ofrecer mayor seguridad al movimiento sobre todo a pasajeros e inmigrantes que pasaban del barco a bote a muelles improvisados y luego a tierra con dificultad y peligrosamente. Pero fue Gowland el que construyó a su costo el muelle más ancho y más largo. Aquellos próceres y los que le siguieron después Joaquin Suarez y la Guerra Grande, nunca dejaron de mirar hacia el puerto porque era el foco del acontecer montevideano de cada día. Esta gente entendía que el puerto, los barcos, eran al menos el principal instrumento de recuperación y desarrollo de un país que estaba entrando a la vida social y comercial luego de su epopeya, preñada de grandes dificultades, carencias y conflictos. No menos cierto era que el peso del desarrollo, la inversión, y reactivación del comercio y el bienestar social iba a estar en manos del esfuerzo privado si entendemos que el Estado no tenía un peso para invertir ni aptitud para abrir tiendas, industrias, comercios o desarrollar los puertos. Si después que se fue Vigodet, fueron los privados los que instalaron los primeros muelles de madera y más tarde vendría un muelle colosal y la obra del puerto no pararía hasta 1930.

Gowland.

En 1840, Don Juan Gowland construyó el muelle Victoria que era la prolongación de la calle Colón que se extendía unos 110 metros en el agua por el ancho mismo de la calle Colón, los pilotes o columnas eran de hierro y piso de madera. Luego se lo vendió a Don Jaime Cibils, quien en 1858 lo hizo ensanchar pero en 1868 tuvo que demolerlo pues había cambiado la modalidad operativa de los barcos y de las cargas.

Después siguieron otros muelles de madera, el dique Cibils en La Teja, y los rellenos en la bahía como dijimos. Todo iba rápido.

Ámbito social.

Hemos leído breves gazetillas en diarios locales de 1857 que de alguna manera nos están diciendo que los inmigrantes llegados a Uruguay por aquellos años, a diferencia de lo ocurrido en otros países, eran gente medianamente culta, mucho profesional, arquitectos e ingenieros españoles y franceses, gestores españoles, representantes de empresas extranjeras buscando negocios, banqueros, pero sobre todo inmigrantes franceses, alemanes, ingleses, croatas, todos ellos con educación europea sin olvidar los catalanes muy inteligentes y emprendedores en negocios industriales y armadores por vocación. En ese ámbito social se insertaban aquellos humildes y tan valiosos clérigos salesianos que también llevaban a cabo una interesante labor educativa en un Montevideo manso y austero donde se leía mucho. Lo cierto es que por los años 1870 ya habia uruguayos de brillo, profesionales, bien preparados y hasta políticos destacados. Y sobre todo había ingenieros, médicos, arquitectos aunque dueños de viviendas también inteligentes que diseñaban sus viviendas. Y es aquí donde nos gusta decir que los uruguayos descendientes de aquellos inmigrantes heredamos su cultura, su educación, su pensar, sus hábitos, la escuela de Varela y la vocación por la lectura.

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