El cambio climático es uno de los principales desafíos que deben enfrentar los países a nivel global. De acuerdo al Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático, principal órgano científico internacional en el tema, las emisiones recientes de gases de efecto invernadero generadas por el hombre son las más altas de la historia y sus consecuencias ya se evidencian en sequías, inundaciones, fenómenos costeros, olas de calor y otros fenómenos que impactan sobre los ecosistemas, los sectores productivos, la generación de energía, la salud pública, la calidad del agua y sobre las condiciones de vida de la población.
Frente a este desafío, las respuestas requieren fuerte compromiso por parte de todos los países Esto implica, en un contexto de recursos económicos finitos, destinar recursos a acciones de mitigación y adaptación al cambio climático, en lugar de a otros proyectos.
¿Cuántos recursos deben destinar las economías para evitar el calentamiento global? Al igual que para otras decisiones de asignación optima de recursos entre fines alternativos, la aproximación económica al tema busca medir cuanto cuesta el cambio climático, entendiendo que los recursos destinados a evitarlo deberán ser como máximo equivalentes a los costos asociados al mismo.
¿Cómo estimar el costo del cambio climático?
Un punto central de esta estimación es que los efectos del cambio climático se aprecian en forma progresiva en el largo plazo, y por tanto tiene asociado un alto grado de incertidumbre, tanto en su magnitud como en la temporalidad de sus impactos. La comunidad científica estima modelos de escenarios probables de futuro, en base a la información disponible y a una serie de supuestos sobre el comportamiento futuro las distintas variables del modelo. Los impactos identificados en términos de biodiversidad, ecosistemas productivos, incidencia de enfermedades y otros fenómenos que afectan la calidad de vida de las personas, son valorados en términos económicos, ponderando los costos y beneficios potenciales de aplicar diversas medidas, acciones y políticas entre distintos países, ecosistemas y generaciones. Toda esta información puede sintetizarse en un indicador: el Costo Social del Carbono (CSC), que se define como el valor de todos los daños económicos presentes y futuros que genera una tonelada de carbono adicional emitida hoy. El reto es estimar el valor de los daños futuros.
El futuro en la teoría económica tradicional descansa en algunos supuestos. En base a la teoría del bienestar, los incrementos en el bienestar futuro de la sociedad, medidos mediante el consumo, se valoran menos que los incrementos en el consumo presente, debido a dos motivos. En primer lugar, el mayor progreso de las sociedades al avanzar el tiempo, se asocia a una trayectoria de consumo creciente, y por tanto cada unidad adicional de consumo en el futuro generará menor utilidad o bienestar que una unidad adicional de consumo hoy; esto se conoce como la utilidad marginal decreciente. En segundo lugar, se asume que las personas valoran más el consumo presente que el futuro, debido a que somos impacientes, y a que existe incertidumbre asociada a los eventos del futuro, incluida nuestra propia existencia. A estos motivos debe agregarse un tercer factor: debido a que el plazo de análisis relevante para el cambio climático es muy extenso (períodos de al menos 100 años), sus impactos serán percibidos por otras personas. Estos aspectos se reflejan en la tasa de descuento intertemporal: el valor del futuro frente al presente, que es, en esencia, la inversa de la tasa de interés. Esta tasa resulta determinante en la estimación del costo del cambio climático.
Una primer estimación del costo global del cambio climático surgió del Informe Stern, 2005. Este informe considera únicamente los primeros dos efectos mencionados por la teoría del bienestar: la incertidumbre e impaciencia, y la valoración marginal decreciente del consumo. Este análisis supone una valoración apenas superior del presente sobre el futuro, equivalente a una tasa de interés a la que se descuentan los flujos futuros de 1,4%, llevando a una estimación del precio social del carbono de 85 USD por tonelada de CO2 emitida.
Otros estudios consideran más apropiado utilizar tasas de retorno al capital de mercado, del entorno de 4%, ya que permite reflejar que las inversiones necesarias para reducir futuros daños derivados del cambio climático, debe competir con otras inversiones productivas que se evalúan hoy a tasas de mercado. En esta línea, Nordhaus, 2007, sobre la base del modelo DICE, estima el costo social del carbono en USD 7,4 por tonelada de CO2 drásticamente menor a la propuesta por Stern. Una actualización de las mediciones del CSC realizada por Nordhaus, 2014, estima el costo en 18,6 UDS por tonelada de carbono. La Agencia de Protección Ambiental de Estados Unidos (EPA 2017, por sus siglas en inglés), estima un costo social del carbono medio que varía entre 11USD a USD 56 por tonelada emitida, considerando tasas de descuento que varían entre 5% y 2,5%.
Estos resultados demuestran que pequeñas variaciones en las tasas consideradas llevan a modificaciones muy significactivas del CSC, y por consiguiente, en la asignación óptima de recursos, poniendo en evidencia la fragilidad del indicador. Es necesario por tanto, poner en perspectiva la utilidad de esta medida. Aun con gran volatilidad, este indicador provee de infromación relevante para el diseño de incentivos económicos, como puede ser la determinación de tasas de impuestos sobre las emisiones de carbono o de los montos de compensación a exigir a los actores que las generan. Más aún, permite incorporar la perspectiva social en el análisis de conveniencia de inversiones orientadas a la mitigación y adapatación del cambio climático. En cualquier caso, este indicador debe ser un insumo más para la toma de desiciones de política climática a nivel nacional; el enfoque económico debe complementarse con otros análisis multidimensionales que permitan responder con una visión holística cuánto estamos dispuestos a pagar por mantener el futuro.