Este lunes, el diario norteamericano New York Times dedicó una de sus páginas a hablar de las playas uruguayas, entre las que destaca las rochenses como La Pedrea, Laguna de Rocha, Cabo Polonio y Punta del Diablo. En la nota, titulada “En el camino a las playas poco conocidas y hermosas de Uruguay”, la periodista Nell McShane Wulfhart, hace referencia a un país “progresista que ha estado fuera de radar por mucho tiempo para los norteamericanos”, y resalta el ambiente relajado y el hecho de tener algunas de las mejores playas de Sudamérica, además de descuentos para viajeros extranjero. Si bien la nota atraviesa los clásicos como Punta Ballena, Punta del Este o José Ignacio, deja un apartado, al que pondremos énfasis, sobre los tesoros de arena rochense y sus beldades. Para Nell McShane Wulfhart, en nuestro país “hay bodegas para visitar y ballenas para ver”. Sin embargo, resalta su atractivo principal: más de 10 autos son un embotellamiento y las vacas superan en número a los humanos cuatro a uno.
Llegando a Rocha
El camino que separa Montevideo de las principales playas, en la nota se define como “bien mantenido, con estaciones de servicio en el camino que anuncian dispensadores de agua caliente”, algo que la periodista resalta como “esencial para los locales que no van a ninguna parte sin su té de yerba mate”. Luego de un repaso por Casa Pueblo, Punta del Este y José Ignacio, y la Bodega Garzón de Francis Mallmann, es el turno de hablar del puente del Rafael Viñoly que da la bienvenida, a través de la ruta 10, al Departamento de Rocha. El paso desde la ruta desemboca derecho en la Avenida Principal de La Pedrera, definiéndola como “un enjambre de personas”. En la nota, se detienen en la arteria Principal del pueblo en donde se pueden encontrar a todos: “desde grupos de 20 y tantos años que se alojan en campamentos y forman círculos de tambores, hasta padres que van arreando manadas de niños pequeños hasta la playa”. El paisaje se lleva un apartado: “las rocas escarpadas crean fabulosas vistas, pero las playas en sí mismas, especialmente Playa del Barco al sur y Punta Rubia (El Desplayado) al norte, son amplias, limpias y buenas para nadar”. La recomendación es “después de una tarde al sol, acomódese en una de las mesas del patio de la Costa Brava, con vistas a las olas rompiendo abajo, con un plato de la mejor merienda de la playa uruguaya, buñuelos: bolitas de masa verde brillante con algas fritas crujientes, y una botella de vino blanco frío”. Lo que resalta la nota es en parte el orgullo de quienes disfrutamos del agreste paisaje de nuestras playas: “no tienen: rascacielos (excepto en Punta, que incluso tiene una Torre Trump), cadenas de restaurantes y hoteles y playas muy desarrolladas. Cada playa puede tener un parador, donde puedes comprar una botella fría de Zillertal, una de las cervezas nacionales que es lo suficientemente grande para dos, pero por lo demás están casi vacías de comercialismo. Alguien podría pasar por su silla de playa para tratar de venderle un sándwich, una galleta o alguna joyería hecha a mano, pero como esto es Uruguay, nunca son agresivos y rechazan con perfecta ecuanimidad y una sonrisa”.
Pesca artesanal y local
Una parada obligada, según la nota, es hacer un alto a orillas de la Laguna de Rocha: “hay una cubierta de madera salpicada de sillas y mesas de plástico. Esto es Cocina de la Barra, un pequeño restaurante dirigido por las esposas e hijas de los pescadores que viven de la laguna. El stock de camarones frescos, cangrejos y pescado frito delicadamente, viene directamente de los pequeños botes de pesca a la cocina, una asociación comunitaria encantadora que comenzó hace tres años”.
Siguiendo la 10
Cabo Polonio, definido como un lugar “para salir de la red”, es un paso típico en el recorrido de las playas rochenses: “Si bien los albergues y los restaurantes de la ciudad se llenan de gente durante el verano, prácticamente no hay Wi-Fi y la electricidad es mínima: los generadores crean suficiente refrigeración para una cerveza fría en un restaurante al aire libre, pero no para una luz en su dormitorio”. En Cabo Polonio, explica la periodista: “se puede escuchar el sonido de la colonia de lobos marinos reunidos bajo el faro, y es posible ver ballenas de septiembre a noviembre. Esta parte de la costa aún puede sentirse salvaje, especialmente en temporada baja, cuando lo único que se encontrará en la playa es la vaca ocasional que se ha perdido”. El recorrido termina en Punta del Diablo, definiéndolo sencillamente: “sus calles pavimentadas de manera irregular y restaurantes destartalados se llenan en temporada alta, con familias que pasan días enteros en el tramo de kilómetros de playa y grupos de jóvenes que llenan los bares por las tardes. Sus pequeños restaurantes y chozas que venden calabazas mate talladas y móviles con conchas marinas son empujados desde el mar en un semicírculo, mirando hacia las rocas y las olas que comienzan a acumular surfistas cuando el viento se levanta por las noches”. La nota completa puede leerse en https://www.nytimes.com/2019/01/22/travel/uruguay-beaches-budget.html