El “Octavius” fue un bergantín goleta de tras mástiles que a mediados del siglo XVIII, fue el protagonista de una siniestra historia sobre barcos desaparecidos, que mezcla la tragedia y el misterio a partes iguales. Una realidad palpable que dejó heladas, nunca mejor dicho, a las autoridades de la época por la crueldad de lo que allí se vivió de la que todavía no hay respuestas para ello. El supuesto trasfondo de la leyenda es que el Octavius zarpó en 1761 desde Inglaterra hacia Cantón, China, arribando con éxito a su destino el año siguiente. Al regreso, el capitán comento a su agente marítimo que volvería tomando un camino más corto: el Paso del Noroeste, que une los océanos Pacífico y Atlántico por el Norte de Alaska y Canadá. Una travesía que, dicho sea de paso, hasta ese momento se había solo intentado (y nunca con éxito) y en dirección al Oeste, no hacia el Este. El Octavius no iba a ser una excepción ya que una vez que se adentró en aquel misterio marino, nada más se volvió a saber de él. Transcurrido un año sin tener noticias, el Almirantazgo lo declaró perdido en el mar y muerta a toda su dotación. En la mañana del 12 de agosto de 1775, el ballenero groenlandés Herald al mando del capitán Jacoob Warren merodeaba el Atlántico Norte en busca de una presa cuando el silencio fue roto por el grito del vigía. Al frente, por encima de un iceberg podían verse las puntas de unos mástiles a unas seis millas de distancia. Lentamente, una goleta emergió por detrás de la masa de hielo y a través del telescopio el capitán del Herald pudo constatar que no había señales de vida. Las velas estaban desechas y todo el barco brillaba curiosamente bajo el sol, cubierto como estaba de escarcha. El capitán ordenó acercarse y empezó a gritarle a la tripulación de la extraña embarcación, pero sólo el silencio respondió a su llamado. La goleta siguió imperturbable su aparente camino sin ruta. “Bajen la lancha,” ordenó el capitán Warren. Los tripulantes del Herald, como buenos marinos supersticiosos, se resistieron, porque temían aventurarse en un barco fantasma, pero finalmente acataron sus órdenes. El capitán eligió a ocho hombres para que lo acompañaran, y remando llegaron hasta la proa del barco donde bajo una capa de hielo podía leerse el nombre de la embarcación, “Octavius”. Ninguno había escuchado sobre ella jamás.
Desde el bote el capitán volvió a llamar a la tripulación, pero entre los ecos de su propia voz sólo escuchó el crujir de la madera y el silbar del viento entre las velas deshilachadas. Con cuatro de los hombres el capitán decidió subir a bordo. La cubierta estaba tapada por el hielo y no se veía una sola persona sobre ella. Tras abrirse camino a través del hielo, decidieron bajar a los camarotes; donde encontraron a veintiocho hombres congelados, cada uno acostado en su litera y cubierto por capas y capas de cobijas y ropa. El frío había conservado sus cuerpos en perfecto estado y daba la impresión de que simplemente dormían la siesta.
En la cabina del capitán, el espectáculo fue el mismo. Su cuerpo estaba sentado en una silla frente a su escritorio. Las manos entrelazadas sobre las piernas y la cabeza tumbada hacia un lado con los labios entreabiertos. En una cabina detrás de la suya había tres cuerpos más. Una mujer estaba acostada en una camilla descansando su cabeza sobre el brazo, los ojos completamente abiertos viendo a un hombre con las piernas cruzadas sentado en una esquina en el otro lado del cuarto. En sus manos tenía un pedernal y una barra de metal. Frente a él, un puñado de aserrín cubierto de escarcha. La muerte lo había vencido tratando de encender un fuego. Junto a él estaba la chaqueta del marino. El capitán Warren la levantó y debajo de ella descubrió el cuerpo de un niño abrazado a un muñeco de trapo. Los marinos del Herald habían visto más que suficiente y empezaron a pedirle al capitán que se marcharan. Pero el capitán les respondió que quería saber más. Bajó al depósito y no encontró ni un gramo de comida y cuando volvió a cubierta sus hombres estaban en pánico y le amenazaron con amotinarse. Contra todos sus deseos Warren tomó la bitácora del Octavius y regresó a su buque, desde donde pudo ver la goleta perderse sin rumbo en el horizonte para nunca más volver a saber de ella. El capitán se retiró a su camarote a leer la bitácora. La última entrada del cuaderno de bitácora estaba fechada el 11 de noviembre de 1762, lo cual indicaba que el barco había estado perdido en el Ártico por 13 años. Como el cuaderno de bitácora estaba congelado, las hojas se desprendieron de su empaste. El marinero a quien se la había encargado había dejado caer el resto en el mar, quedando solamente la primera página y unas cuantas de las últimas páginas. En la primera página el capitán del Octavius anotó que habían partido de Inglaterra con rumbo a China el 10 de septiembre de 1761. Catorce años atrás. La última página tenía una sola anotación que estaba fechada el 11 de noviembre de 1762: “…Hasta ahora hemos estado atrapados en el hielo por 17 días. Nuestra posición aproximada es Longitud 160 W, Latitud 75 N. El fuego finalmente se extinguió ayer y el maestre ha estado tratando de encenderlo otra vez pero sin mucho éxito. Le ha dado la piedra a uno de los marinos. El hijo del maestre murió esta mañana y su esposa dice que ya no siente el frío. El resto de nosotros no siente lo mismo en esta agonía…”.
Los ojos del capitán Warren volvieron a las palabras “…Longitud 160 W, Latitud 75 N…”. El significado era impresionante. En la fecha de la última nota en la bitácora, el Octavius había estado atrapado en hielo en el océano ártico, al norte de Point Barrow, Alaska. Miles de kilómetros de donde lo habían encontrado ese día. Un continente de hielo se extiende entre estos dos puntos. Unas semanas después, al recalar en el puerto canadiense St. John, reportó a las autoridades de su hallazgo, entregando los restos del bitácora del Octavius. Los británicos montaron una búsqueda, que resultó infructuosa. El barco nunca fue visto de nuevo, presumiéndose que fue arrastrado por el viento y las corrientes en la noche siguiente a su encuentro con el Herald. Lo que el Octavius había hecho fue cruzar el legendario Paso del Noroeste. Por cientos de años se había buscado una ruta más corta entre el Atlántico y el Pacífico para llevar a cabo el intercambio comercial entre Asia y Europa. El Paso del Noroeste era un sueño para las potencias europeas de eliminar el largo viaje alrededor de la punta de Sudamérica. Aparentemente, el capitán del Octavius también había decidido encontrar el paso en vez de volver a casa por el Cabo de Hornos, pero como muchos otros antes que él, lo único que encontró fue la muerte. Sin embargo el Octavius había logrado el objetivo por sí mismo. Año tras año había permanecido a flote, y sin nadie atendiendo el timón se había deslizado lentamente hacia el Este, aguantando la furia de los elementos hasta que finalmente llegó al Atlántico Norte. No fue sino hasta 1906 -ciento treinta y seis años más tarde- cuando otro barco, el Gjoa, comandado por el explorador noruego Roald Amundsen, logró cruzar el Paso del Noroeste. Pero el Octavius había sido el primero, aunque su capitán y tripulantes hubiesen estado congelados por más de trece años.
IMÁGENE: “Hallazgo del Octavius” (óleo sobre madera, Museo de Marítimo Halifax)
Aporte de C/N (R ) Francisco Valiñas
Nota: *Miembro de Número Fundador, Ex Presidente en Academia Uruguaya Historia Marítima.
*Trabajó como Capitán de Navío en Armada Nacional Uruguay.
*Estudió Teoría Militar y Estrategia en Universidad Nacional República Popular China
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