La mancha negra que amenazó el verano

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Diciembre llegó con petróleo a la costa de José Ignacio. La pérdida, la segunda en la historia de la boya frente al balneario, fue controlada rápidamente pero dejó planteada la duda: si Ancap trasvasa todos los meses un millón de barriles de crudo allí, ¿qué garantiza que no ocurra de nuevo? Todo fue una conjunción de eventos desafortunados. Olas de 11 metros de altura y una omisión durante una maniobra de descarga de petróleo propiciaron el derrame. A menos de un mes de que empezara la temporada de verano, las playas de José Ignacio recibieron una marea negra que tiñó la arena y obligó a que los guardavidas alzaran la bandera sanitaria. La costa no estaba apta para baños y cuatro animales llegaron a la orilla empetrolados, dejando entrever que otros más podrían haber sufrido lo mismo mar adentro. El aviso llegó el 7 de diciembre y Maldonado temía que los efectos del hidrocarburo derramado arruinaran las semanas más importantes del año. Tenían poco más de 20 días para paliarlos. Pero vayamos al comienzo. Se presume que todo empezó unas semanas antes, el 24 de noviembre. Un barco petrolero llegó, como ocurre todos los meses, a la boya petrolera de Ancap que está instalada frente a José Ignacio. El gigante flotante es la principal puerta de entrada de crudo, por lo que de ella depende el abastecimiento de combustible de todo el país. El capitán del buque dispuso que se entregara un millón de barriles, que equivale a 159 millones de litros de hidrocarburo y alcanza para menos de un mes. Pero el trasvaso demoró más de la cuenta y la operación finalizó sobre las nueve de la noche, cuando la luz del sol ya era prácticamente imperceptible. El combustible ingresó por los manguerotes que forman parte de la boya y empezó a viajar por un caño hacia la costa, donde está ubicada la terminal este de Ancap. Hasta ahí, todo era normal. Se tomaron las precauciones para que no hubiera derrames -como se hace siempre- pero la falta de luz determinó que no se practicara la maniobra de flushing. En inglés, esta palabra significa limpiar con agua y eso es lo que se hace en Uruguay cada vez que se trasvasan hidrocarburos a la boya: se usa agua del mar a presión para eliminar todos los restos de combustible que hayan quedado en los ductos. Quizás una analogía sirva para aclarar qué se hace durante este procedimiento: es como si los pisteros de las estaciones de servicio limpiaran las mangueras cada vez que terminan de cargar nafta. Eso no ocurre porque los volúmenes que manejan son muy pequeños y los riesgos que supone un poco de combustible en los conductos son bajos, pero los restos que quedan después de trasvasar 159 millones de litros de hidrocarburos pueden generar un impacto mucho mayor. Y si a eso se le suma que las mangueras están suspendidas en el medio del mar, todas las precauciones que se puedan tomar son bienvenidas. Un alto mando de Ancap que pidió no salir en esta nota dice que el flushing no se hace en la mayoría de los países del mundo, aunque Uruguay lo adoptó para evitar cualquier filtración de combustibles. Pero esa maniobra no se puede realizar siempre, ya que depende de las condiciones del mar; si está embravecido, los conductos se limpian durante la descarga siguiente. De hecho, según datos que aportó el directorio de Ancap al Parlamento a fines de diciembre, la boya registró 638 operaciones desde que se inauguró en 1978 y en 80 oportunidades no se pudo realizar el flushing. El 24 de noviembre podría haber sido un día más en la estadística. Pero diciembre fue un mes atípico, con frío y muchas tormentas, y los manguerotes sintieron la fuerza del mar agitado. Los vientos llegaron a los 80 kilómetros por hora durante los días de mayor intensidad, y olas de hasta 11 metros de altura golpearon una y otra vez los conductos. Asimismo, las condiciones meteorológicas no permitieron que los técnicos de Ancap revisaran la boya y el gigante flotante estuvo a la deriva durante dos semanas. Recién el 7 de diciembre llegó el aviso de que una mancha negra estaba flotando en el mar y enseguida se desplegó un operativo para mitigar el impacto. Unos 5.800 litros de hidrocarburos habían contaminado el agua. Días antes, una de las mangueras flotantes se había roto. Los técnicos no tienen claro cuándo ocurrió, ya que la falta de controles debido a la tormenta no permitió detectar la falla enseguida. En Ancap no entienden cómo se produjo la avería, ya que los conductos “están acostumbrados a trabajar en condiciones adversas” y ni siquiera cumplieron la mitad de su vida útil. Los últimos fueron instalados en 2015 y tienen un certificado de garantía hasta 2023, por lo que no deberían haber cedido ante los fuertes vientos. Para saber qué pasó, las autoridades se comunicaron con la empresa extranjera que los fabrica, que debería haberlos testeado antes de entregarlos. Además, hay una investigación interna en curso en Ancap. De nuevo: todo fue una conjunción de eventos desafortunados. El 24 de noviembre no se limpiaron las mangueras y días más tarde, una de ellas se rompió. Los restos que no habían sido movidos a presión estaban dentro de los conductos flotantes, que fueron golpeados por las grandes olas. Entonces el hidrocarburo empezó a salir por la fisura y el 7 de diciembre se vio por primera vez la mancha negra, que puso en peligro el inicio de la temporada en Maldonado.  De haber realizado la maniobra de flushing -como ocurrió en el 88% de las operaciones en la boya-, nada de esto habría pasado. En vez de petróleo, se habría filtrado agua salada. Sin embargo, hay que entender también qué significa una pérdida de estas características. Ancap lo denominó “derrame menor” porque, de acuerdo con normas internacionales, una filtración menor a los 15.000 litros no implica grandes riesgos. De hecho, el volumen vertido al mar representa el 0,004% de los hidrocarburos que se estaban trasvasando a la boya. En otras palabras, los 5.800 litros de petróleo en las costas de José Ignacio equivalen al tamaño de una piscina estructural grande, de las que muchas familias tienen colocadas en el fondo de sus casas. Pero estas explicaciones no conformaron a la oposición, que convocó a fines de diciembre las autoridades de Ancap y a otros jerarcas a la comisión de Medio Ambiente del Senado. La legisladora del Partido Nacional Carol Aviaga dijo entonces a al prensa que esperaba más de la comparecencia. “Lamentablemente no hemos tenido las respuestas que hemos estado buscando”, afirmó.  Esta no es la primera vez que ocurre un derrame desde que se inauguró la boya, hace más de 40 años. El otro accidente sucedió en 2007, cuando un barco noruego perdió petróleo mientras estaba descargando. En ese momento se filtraron 15.000 litros, que fueron diluidos con detergentes y barriendo las playas. Daniel Martínez, quien presidía Ancap en aquel momento, había dicho a El Espectador: “La evaluación que estamos haciendo muestra que fue un derrame muy pequeño. Habrá que analizar por qué pasó, pese a que la terminal del este está certificada con las normas ISO, lo que implica un procedimiento que siempre se cumple”.  Nada asegura que no vuelva a haber un nuevo incidente. Fuentes de Ancap explican que respetan los protocolos de seguridad y realizan un mantenimiento periódico de la boya, pero advierten que “hay factores que no se pueden controlar”. Las vicisitudes climáticas encabezan el ranking de amenazas que, además de poner en riesgo el medioambiente, pueden afectar la única puerta de entrada de petróleo del país.

Un seguro para blindarse ante derrames de hidrocarburo

Uruguay forma parte del Fondo 1992, que otorga hasta US$ 300 millones si llegara a ocurrir un derrame importante de hidrocarburos en las costas. Sin embargo, para acceder a este seguro tiene que ocurrir una verdadera tragedia, ya que se empieza a pagar a partir de las 50 toneladas derramadas. Ni el derrame de 2007 ni el de diciembre calificaron para cobrar este seguro debido a que fueron filtraciones “menores”, de acuerdo con la normativa internacional. Más de 100 países forman parte de este fondo, que ya se accionó 10 veces. También hay otro seguro, llamado Fondo Complementario, al que solo pertenecen 32 países y que indemniza por hasta US$ 1.000 millones. Uruguay no ratificó este convenio, pese a que el director de los Fondos Internacionales de Indemnización de Daños debido a Contaminación de Hidrocarburos (Fidac), José Moura, visitó el país en julio. Moura dio conferencias y se reunió con autoridades, pero en entrevista con El País dijo lo siguiente: “Si hubiera un derrame muy importante que afectara Punta del Este y al sector turístico, la cobertura del Fondo Complementario sería de más de US$ 1.000 millones para responder antes daños causados. Uruguay tendría un nivel de protección muy superior al que cuenta hoy”.

Boya entre famosos.

El origen de la boya petrolera se remonta a fines de la década de 1970, cuando el gobierno militar resolvió instalarla a 3.600 metros de la costa de José Ignacio, donde la profundidad del agua alcanza los 20 metros. El gigante flotante fue colocado ahí debido al calado de los barcos, que pueden cargar hasta 300.000 toneladas de petróleo en un solo viaje. Esos buques son inmensos y tienen cerca de 300 metros de eslora (largo), por lo que si alguno tuviera un accidente, desde Ancap aseguran que sería “un desastre”.  Y aunque hoy José Ignacio es uno de los principales balnearios del país, la realidad era otra hace 40 años. El intendente de Maldonado, Enrique Antía, recuerda que en esa zona “había un gran descampado”, por lo que el lugar no parecía tan inadecuado como ahora. Nadie se imaginaba que la playa La Juanita, por ejemplo, se transformaría en el destino de veraneo de grandes figuras, como Marcelo Tinelli o Susana Giménez.  Las mansiones terminaron valorizando la zona, con la boya a pocos kilómetros de distancia, y hoy las chacras cuestan millones de dólares. De hecho, la de Tinelli está a la venta en este momento y sus cinco hectáreas fueron tasadas en US$ 9 millones. Florencia Sader, operadora inmobiliaria de Maldonado, reconoce que los precios de las chacras marítimas “no reflejan” la importante cercanía que tienen con la terminal este de Ancap.  No obstante, en el último tiempo hubo proyectos para trasladar la boya y así liberar el balneario. El puerto de aguas profundas en Rocha parecía la mejor alternativa, ya que las terminales normales no tienen el dragado suficiente para recibir las embarcaciones petroleras. Y si bien el plan estuvo en la agenda de los dos últimos gobiernos, hasta ahora está paralizado.  Tantos contratiempos irritaron a los inversores españoles que lo propusieron, quienes decidieron presentarlo ante autoridades brasileñas. La nueva idea de estos empresarios es que el puerto sea construido a pocos kilómetros de la Barra del Chuy, lo que disipa la posibilidad de recibirlo en la costa uruguaya. Más que ambiental o económico, el problema de dónde fondear los buques petroleros ahora “es turístico”, según el titular de la Dirección Nacional de Medio Ambiente (Dinama), Alejandro Nario. “Desde el punto de vista ambiental, un derrame en el Chuy o en José Ignacio no tiene mucha diferencia”, dijo días atrás en el programa Desayunos Informales, de canal 12. Y mientras no aparezca otro proyecto, la boya seguirá utilizándose. Desde el directorio de Ancap aseguran que “cualquier otra alternativa involucra trasladar riesgos e incurrir en costos muy importantes de inversiones”. Aunque aclaran que “la sensibilidad de la localización actual” lleva a extremar los cuidados.

Efectos del derrame de crudo

¿Qué tan nociva es una pérdida de petróleo? 

El efecto más inmediato es que crea una película oscura sobre el agua, que no permite el ingreso de luz. Las algas, por ejemplo, necesitan del sol para realizar la fotosíntesis, por lo que se perjudica la cadena alimenticia marina, según una nota de la BBC en la que consultaron a expertos en el tema.

¿Dónde es más peligroso? 

Las más perjudicadas son las zonas costeras, ya que el fondo es arenoso y el crudo se infiltra en el sedimento, donde puede permanecer más de un siglo. En el fondo del mar, a su vez, hay menos algas y especies marinas, por lo que el impacto es menor. 

¿Cuánto tiempo demora en recuperarse el daño? 

Tanto los fondos marinos como las zonas costeras demoran entre 10 y 20 años en recuperarse de un derrame pequeño o mediano de crudo, como el que ocurrió este diciembre en José Ignacio. El problema es que si hay más de una filtración en pocas décadas, el petróleo empieza a acumularse en el fondo del mar.

La reacción.

El aviso llegó de noche y ya no había luz, por lo que resolvieron organizar las cuadrillas y empezar el 8 de diciembre por la mañana. Antía recuerda que la primera en llamarlo fue la presidenta de Ancap, Marta Jara, para coordinar el trabajo y dejar todo pronto antes de que comenzara la temporada. Tenían poco más de 20 días antes de que llegara el grueso de los turistas.  Un grupo de vecinos de Maldonado ya había visto rastros negros en la arena. Había piedritas y un líquido espeso sobre la orilla. Las denuncias se empezaron a acumular en la intendencia y 50 funcionarios fueron a la playa a rastrillar la arena. Con palas y lampazos, el equipo retiró los sedimentos y llenó más de 800 bolsas de residuos. Fueron casi dos semanas de trabajo en más de 12 kilómetros de costa, desde Balneario Buenos Aires hasta La Juanita.  Antía reconoce que hubo “mucha coordinación” entre la intendencia y Ancap, pero también dice que los primeros en dar respuesta al accidente fueron los trabajadores municipales. “Recién a los cinco días Ancap denominó un encargado del operativo, que llegó de Montevideo, pero ya hacía cinco días que la intendencia estaba limpiando la playa”, agrega. Fernando Serveto, quien comandó a la brigada municipal, dice que “el principal desafío” fue retirar la menor cantidad de arena posible. Los residuos se adherían con facilidad, por lo que la mayor parte del trabajo tuvo que ser manual. A su vez, los fuertes vientos movían la arena y escondían algunas partes sucias, por lo que tuvieron que rastrillar varias veces los mismos lugares para cerciorarse de que estuvieran limpios.  Mar adentro, técnicos de Ancap vertieron dispersantes químicos para mitigar el impacto. A su vez, un equipo de buzos aisló la manguera que estaba rota para evitar que siguieran saliendo hidrocarburos. Pero las condiciones climáticas no ayudaron y durante seis días no pudieron trabajar, ya que los fuertes vientos y las corrientes resultaban peligrosas. Recién el 15 de diciembre consiguieron cambiar el conducto averiado, que había sido inutilizado.  Esa maniobra implicó una nueva pérdida de petróleo, ya que los restos que estaban dentro del caño salieron al mar. Las autoridades estiman que entonces se filtraron 1.800 litros más de crudo, que también se combatieron utilizando detergentes y barriendo las costas. El este iba quedando pronto para recibir a sus ansiados visitantes. Sin embargo, un cachorro de lobo marino, un pato y dos gaviotas llegaron empetroladas a las playas. Richard Tesore, encargado de la ONG SOS Rescate Fauna Marina, publicó en Twitter fotos de los animales, que estaban cubiertos de un líquido espeso negro. Desde Ancap aseguran que no tuvieron conocimiento de que hubiera más especies afectadas.  A simple vista, el derrame ya es una anécdota. Las fuentes explican que los dispersantes siguen actuando en el fondo del mar, donde está acumulada la mayor cantidad de sedimentos de petróleo. Según las autoridades, se degradarán de a poco y no habrá un nuevo impacto sobre el medio ambiente. Con el problema resuelto, las playas de José Ignacio están repletas. Y si bien la temporada ya empezó, el trasvaso de crudo igual sucede mar adentro. Cortar el suministro de hidrocarburos en la terminal paralizaría el país, por lo que no es posible sentar una tregua de verano. A pocos kilómetros de las chacras de los famosos, de uno de los restaurantes más caros de la costa, de los paradores donde se gestan los chimentos, Ancap mueve un millón de barriles de crudo al mes.  https://www.elpais.com.uy

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