José Ignacio: la historia detrás de los pescadores artesanales que le venden a Tinelli

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OSE IGNACIO.- «En verano salimos pasada la medianoche y volvemos entre las ocho y las nueve de la mañana al puerto. Luego tenemos que ordenar y arreglar las herramientas, eso se llama alistado. Tenemos, más o menos, hasta las 7 de la tarde y a las 12 volvemos a salir», con esa frase resume Antonio Ruiz, de 63 años, cómo son estos días de trabajo para los cada vez menos pescadores artesanales de Uruguay. Mientras charla con LA NACION, el hombre acomoda su barca en la que estuvo más de ocho horas junto a su hijo y otro compañero. Recién son las 8.15 de la mañana, pero para ellos su jornada ya lleva varias horas.

Doña Flor, así bautizó Ruiz a su barca en honor a la novela Doña Flor y sus dos maridos
Doña Flor, así bautizó Ruiz a su barca en honor a la novela Doña Flor y sus dos maridos Fuente: LA NACION – Crédito: Diego Lima

El pequeño puerto del pueblo pesquero es el lugar al que llegarán este primer domingo del 2020 las seis barcas que salieron a la madrugada en busca de la pesca del día, esa que se ofrecerá durante toda la jornada en los selectos restaurantes que se ubican sobre la costa esteña.

Hahn fue el primero en llegar hasta el puerto. Bajó todo de su pequeño camión y comenzó a preparar los pedidos
Hahn fue el primero en llegar hasta el puerto. Bajó todo de su pequeño camión y comenzó a preparar los pedidos Fuente: LA NACION – Crédito: Diego Lima

La vida diurna en la pequeña punta que divide las playas brava y mansa de José Ignacio comenzó a las 7.29, con la llegada en un pequeño camión de Andrea Hernández, de 33 años, y Hahn Friez, de 48, que tienen instalado un mesón debajo de un gastado gazebo.

El precario puesto a donde llegan los vecinos de José Ignacio y alrededores a comprar el pescado fresco. A pocos metros llegan las barcas con la pesca del día
El precario puesto a donde llegan los vecinos de José Ignacio y alrededores a comprar el pescado fresco. A pocos metros llegan las barcas con la pesca del día Fuente: LA NACION – Crédito: Diego Lima

El sonido de los tachos que bajan desde el vehículo y rebotan contra las piedras interrumpe el suave sonido del mar. Rápidamente, la pareja junto a otra joven que los ayuda acomoda todo sobre la madera. Lo único electrónico sobre la mesa son dos balanza digital inalámbricas. Una caja plástica azul hace de cajón para contener el dinero. El kit se cierra con un gastado talonario y dos cuadernos.

Andrea tiene un guante hecho con una malla de metal que le protege de los cortes tres dedos de la mano con la que sostiene los pescados para preparlos para la venta en el puerto de José Ignacio
Andrea tiene un guante hecho con una malla de metal que le protege de los cortes tres dedos de la mano con la que sostiene los pescados para preparlos para la venta en el puerto de José Ignacio Fuente: LA NACION – Crédito: Diego Lima

Lo primero que tienen para vender es el pescado que llegó a la madrugada. Incluye, brótola, corvina negra y rubia. «Hay muchos famosos que compran acá. Marcelo Tinelli suele hacer un pedido de 60 filets, todos iguales. Parece que este año no vinieron aún», contó Hernández a LA NACION.

Mientras la charla transcurre, las escamas de una corvina rubia saltan como pequeñas piedras. «Esto va para el restaurante de Pico Mónaco«, dijo Friez mientras mueve a un ritmo frenético una herramienta casera que creó para agilizar la ardua tarea de descamado. «Son dos hojas de una sierra carnicera, las doblé y le puse este mango de metal. Si quiero descamar con un cuchillo normal me quedo sin muñeca», explicó.

Dos hojas de una sierra carnicera, unidas a un mango de metal, la herramienta casera que utiliza Hahn para descamar una corvina blanca
Dos hojas de una sierra carnicera, unidas a un mango de metal, la herramienta casera que utiliza Hahn para descamar una corvina blanca Fuente: LA NACION – Crédito: Diego Lima

«Tenía un hermano pescador. Mi viejo era capataz. Yo me volví pescador porque me crié en frente del puerto de Piriápolis. Empecé a descargar barcos y después me fui al agua. Hace cuatro años que no salgo más al agua. Me dedico a vender pescados, hago herramientas, arreglo las barcas», recordó Friez que decidió no salir más al mar porque dejó de ser rentable.

Según el hombre «antes había muchísimos pescados, se trabajaba con menos herramientas. No es como ahora. Nosotros trabajábamos mil anzuelos y con eso sobraba. Se trabajaba a 200 metros del puerto. Ahora hacen falta muchas herramientas, sacás menos y más mar adentro porque muchas especies se han retirado de la costa».

Rodrigo Ruiz tiene 23 años, a los 11 comenzó a aprender el oficio de su padre y a los 18 salió, por primera vez, a pescar. Ahora lo hace cada verano y también en invierno
Rodrigo Ruiz tiene 23 años, a los 11 comenzó a aprender el oficio de su padre y a los 18 salió, por primera vez, a pescar. Ahora lo hace cada verano y también en invierno Fuente: LA NACION – Crédito: Diego Lima

La llegada de «Doña Flor»

Doña Flor, como bautizó Ruiz a su barca en honor a la novela Doña Flor y sus dos maridos, es la primera en tocar la arena en el puerto que, lentamente, ve pasar a los vecinos madrugadores que salen a hacer actividades físicas como yoga, correr o caminar.

A bordo de la barca están Ruiz, su hijo de 23 años llamado Sebastián y Daniel Antonio, un compañero de pesca y aventuras que lo rescató la única vez que se le dio vuelta su barca en más de 30 años.

A las 8.15, a bordo de Doña Flor, llegaron los primeros tres pescadores de José Ignacio. Todavía estaban en el mar otras cinco barcas que llegarían a lo largo de la mañana
A las 8.15, a bordo de Doña Flor, llegaron los primeros tres pescadores de José Ignacio. Todavía estaban en el mar otras cinco barcas que llegarían a lo largo de la mañana Fuente: LA NACION – Crédito: Diego Lima

«Hace más de 31 años que se dedica a la pesca artesanal en José Ignacio y antes lo hizo en el puerto de Punta del Este», recordó Ruiz y luego explicó la diferencia de su método de pesca con el tradicional: «La tradicional es que salís embarcado, te anclás en cualquier lado y pescás. La artesanal es distinta. Tu haces a mano todas las herramientas de pesca que vas a utilizar. Las fabricamos nosotros. Los palangres, los anzuelos. Todo lo hacemos nosotros».

Los palangres son una especie de piola con anzuelos utilizados para la pesca artesanal. Existen dos tipos. El de fondo reposa sobre el lecho marino. El de superficie, o pelágico, flota a la deriva en el mar.

Los vecinos de José Ignacio cruzan por el pequeño puerto mientras los pescadores llegan tras ocho horas en el mar
Los vecinos de José Ignacio cruzan por el pequeño puerto mientras los pescadores llegan tras ocho horas en el mar Fuente: LA NACION – Crédito: Diego Lima

«Salimos todos los días que hay buen tiempo. Tenemos una hora de viaje, más o menos, nos metemos unos ocho millas náuticas (15 kilómetros aproximadamente). Nos fijamos con la sonda si hay peces ahí y lanzamos los palangres. Lo que buscamos es la brótola, pero también agarramos pescadillas y cazón también en esa zona hay corvinas. Buscamos más brótolas porque es el pescado que más se consume y el más caro», contó el hombre de rostro y manos curtidas.

El viejo pescador recuerda con nostalgia las mejores épocas en el rubro: «Lo máximo que hemos pescado fueron 2500 kilos y casi se nos dio vuelta el barco. Eso pasó hace mucho tiempo. Ahora hay mucho menos. 200 o 300 kilos nada más. Mermó mucho. Eso es por los barcos pesqueros, los de arrastre, se llevan todo. Nosotros tenemos un límite de costa hasta el canal de navegación. Nosotros no podemos pasar, ellos tampoco, pero de noche se pasan para nuestro lado y se llevan la pesca».

Hasta el remolque para sacar la barca del agua es manual. Mientras dos mueven la maquina, otro va colocando debajo de la embarcación maderas y tubos de metal para que ruede hacia tierra firme
Hasta el remolque para sacar la barca del agua es manual. Mientras dos mueven la maquina, otro va colocando debajo de la embarcación maderas y tubos de metal para que ruede hacia tierra firme Fuente: LA NACION – Crédito: Diego Lima

«Comprate botas más altas si no te querés mojar los pies», le dijo risueño a Sebastián, Daniel Antonio, que impone respeto por su tamaño. Mientras, el joven se sacaba las botas de goma, las dio vuelta y cayó medio litro de agua de cada una de ellas. Luego, se sacó las bolsas de plástico con las que se había envuelto los pies para evitar mojarlos, pero la estrategia le falló. Dejó las bolsas enganchadas en una de los remolcadores manuales, y volvió a Doña Flor para descargar la pesca.

Su padre explicó: «Antes de salir al agua tuvo que aprender a alistar, hacer el trabajo en tierra. Luego de eso, cuando cumplió 18 años, recién empezó a salir al mar con nosotros. Le encanta. Es sacrificado, pero le gusta».

Antonio y Sebastián Ruiz juntos a Doña Flor, la barca en la que salen todas las noches a pescar en la costa uruguaya
Antonio y Sebastián Ruiz juntos a Doña Flor, la barca en la que salen todas las noches a pescar en la costa uruguaya Fuente: LA NACION – Crédito: Diego Lima

Una tradición familiar, en peligro por la crisis

«Arranqué a los 11 años a armar herramientas. A hacer palangres y mallas. Ya hace cinco o seis años comencé a salir. Para mí, más que un trabajo es un hobbie. Muy duro, pero lo haces si te gusta y a mí me gusta», dijo el joven de 23 años mientras saca del fondo de la barca los peces.

Sobre el por qué elige este trabajo, contó: «Por el compañerismo que tenemos entre nosotros. Poder pasar ese rato juntos. El trabajo también. Somos compañeros para trabajar. Después me gusta la pesca. Te tiene que gustar, sino no lo hacés».

Uno por uno, Sebastián saca del interior de la barca los pescados que son acomodados en cajones hasta completar los 24 kilos
Uno por uno, Sebastián saca del interior de la barca los pescados que son acomodados en cajones hasta completar los 24 kilos Fuente: LA NACION – Crédito: Diego Lima

«Digo que es un hobbie porque yo trabajo en construcción. Como en verano es jodido el tema ahí vengo para acá a pescar. Me gusta más la pesca. La hago todo el año. En invierno salimos mucho menos, entonces trabajo en la construcción y, algunas veces, salgo con ellos», dijo Sebastián y agregó: «Por temas económicos hago lo otro. Si la pesca fuera relativamente buena, solo haría pesca».

A las 8.45, su padre trajo una antigua, vieja y oxidada balanza en las que pesó lo recolectado: 8 cajones de 24 kilos más un noveno cajón con 11 kilos de brótola. «Nosotros vendemos el kilo de brótola a 400 pesos acá. En un quiosco lo conseguís a 500. Sin pelar, la brótola te sale 300 o 350», dijo Ruiz. El resto de la pesca incluyó 5 cajones entre corvinas, pescadillas y cazón.

La antigua y oxidada balanza está al resguardo en un baúl dentro de un quincho y la sacan cada vez que regresan de pescar para pesar los cajones
La antigua y oxidada balanza está al resguardo en un baúl dentro de un quincho y la sacan cada vez que regresan de pescar para pesar los cajones Fuente: LA NACION – Crédito: Diego Lima

¿Te ves haciendo otro trabajo?, fue la pregunta que interrumpió antes que terminara Ruiz: «No. Dejar el mar para ir a trabajar efectivo en otro lado, no la veo. Yo tengo 63 años. El que se crió en esto no sale de acá».

¿Qué te da a vos el mar?, fue la pregunta final para el hombre: «No sé qué decirte. Alegría, cosas distintas todos los días. Venir acá es lo que te cambia».

Rodrigo Ruiz tiene 23 años y hace cinco que sale a pescar con su padre. En invierno, trabaja en construcción
Rodrigo Ruiz tiene 23 años y hace cinco que sale a pescar con su padre. En invierno, trabaja en construcción Fuente: LA NACION – Crédito: Diego Lima

 

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