Pero ni toda la tecnología y protección pudieron aparentemente convencer al pulpo de quedarse donde estaba y bastó un pequeño descuido para que huyera.
“Ni siquiera se fue dejándonos un mensaje de despedida”, se lamentó RobYarrall, gerente del acuario, en declaraciones a Radio Nueva Zelanda.
Una odisea de una noche
“Inky” que tenía unos 35 centímetros de longitud, estaba en su gigantesca pecera sin mayor inquietud, mientras unos operarios hacían trabajos de mantenimiento en el estanque. Al irse, los trabajadores dejaron abierta una muy pequeña hendija en la superficie del brocal, donde había una conexión con un caño que dejaron para terminar de unir al otro día. A la noche Inky salió por el pequeño orificio.
“Incluso los pulpos grandes pueden encogerse hasta el tamaño de su boca, que es la única parte dura de su cuerpo”, explicó luego el gerente del acuario a la BBC.
Pero una vez fuera, el pulpo debió recorrer un trecho de más de veinte metros por el suelo, donde –por inteligencia, o instinto- alcanzó una tubería de drenaje, que tenía apenas 15 centímetros de diámetro. Entró ahí y se arrastró unos 50 metros dentro del caño, hasta desembocar en el océano.
“Son los mayores artistas animales del escapismo”, sentenció Yarrall. www.lr21.com.uy