Con la celebración de la Cumbre del Clima, el pasado 23 de septiembre en Nueva York, el Secretario General de ONU ha puesto todo el peso de las Naciones Unidas en la lucha contra el cambio climático. Ha invitado a participar a presidentes y primeros ministros, a destacados representantes del mundo empresarial y a líderes de la sociedad civil, incluyendo a activistas extremadamente jóvenes. Aunque independiente de la CMUCC, la Cumbre tomó como punto de partida el Acuerdo de París sobre el Cambio Climático, firmado en 2015 por la comunidad internacional con el objetivo de limitar el aumento de la temperatura media mundial a dos grados centígrados con respecto a los niveles preindustriales, e idealmente a menos de 1,5 grados. Para conseguirlo, los estados firmantes se comprometían a proponer objetivos y estrategias nacionales de mitigación, así como a revisar dichos niveles de ambición cada cinco años. Hasta hoy, 184 de los 197 países miembros del Acuerdo de París han presentado estrategias. El Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático (PICC) publicó en 2018 un informe que afirma que, para alcanzar el objetivo de los 1,5 grados, es necesario que en 2030 las emisiones de dióxido de carbono a nivel global estén un 45% por debajo de las de 2010, y que en 2050 se reduzcan prácticamente a cero. Por eso muchos medios de comunicación, no sin buena dosis de sensacionalismo, han afirmado que quedan “12 años para salvar el clima”. Pero la realidad va por otros derroteros. Otro informe reciente de la ONU (“la brecha de emisiones 2018”) demuestra que las emisiones de gases de efecto invernadero siguen aumentando año tras año, a pesar de todos los esfuerzos por desarrollar un marco jurídico internacional. Si en 1992 las emisiones globales de dióxido de carbono eran de “solo” 22,2 billones de toneladas, en 2017 alcanzaban los 36,15 billones de toneladas y la ONU proyecta un aumento de un 10,7% adicional en 2030. Además, las emisiones de los gases de efecto invernadero más importantes representaron en 2016 50.8 billones de toneladas, un incremento de un 48% frente a las de 1990. Aun así, un buen número de países miembros del Acuerdo de Paris no tienen claro si revisarán al alza sus objetivos de mitigación para 2020, mientras que otros han anunciado directamente que no lo harán, entre ellos varios miembros del G20.
Obviamente existe una contradicción flagrante entre las “obligaciones” asumidas por los estados en el Acuerdo de Paris y la realidad, la cual explica tanto la Cumbre del Clima convocada por Antonio Guterres como las marchas por el clima que han ocupado grandes ciudades del mundo en las últimas semanas. La Cumbre del Clima presiona a los estados nacionales para que propongan planes concretos y ambiciosos que permitan alcanzar el objetivo fijado en París. Se les ha pedido que anuncien medidas ambiciosas, concretas, realistas y eficaces. Además, se ha convocado en paralelo la Cumbre de la Juventud sobre el Clima, para dar voz a jóvenes activistas y emprendedores comprometidos con la escala y urgencia del desafío. Dicha Cumbre ha estado precedida por manifestaciones multitudinarias en todo el planeta, muchas lideradas por activistas extremadamente jóvenes, algunos de los cuales han participado en la propia Cumbre. Estos activistas pertenecen a la generación Z (los nacidos entre 1995 y 2014). Muchos de ellos verán con sus propios ojos el cambio de siglo, y por ello perciben un riesgo vital muy claro en los escenarios climáticos que pinta el PICC para 2050 y 2100, riesgo que no perciben de la misma manera las generaciones anteriores. Pero es que, además, ya experimentan algunos de los impactos predichos por los científicos y por ello dan más crédito al PICC cuando advierte de los enormes daños futuros si no se actúa con contundencia y de forma inmediata. Giran entonces la vista a los políticos y perciben una cierta complacencia que les resulta incomprensible e indignante. Miran a las grandes empresas y sienten algo parecido. Esta generación cuenta con el apoyo de la generación millenial (los nacidos entre 1985 y 1995), que van alcanzando puestos de influencia y demandan a las empresas y partidos políticos una actuación decidida contra el cambio climático. Los líderes del movimiento global por el clima actúan según unas coordenadas distintas a las de las generaciones anteriores. Son nativos digitales y piensan a escala global y, por eso, crean con facilidad comunidades virtuales globales; conciben el mundo como su hogar y por ello se preocupan por la sostenibilidad real y rechazan el simple postureo; son más emprendedores y por ello conciben iniciativas de emprendimiento (a menudo social) que integran rentabilidad y sostenibilidad. Miran por ello con cierta extrañeza las políticas sobre cambio climático “tradicionales” que encuentran obstáculos en problemas de coordinación y en la existencia de externalidades negativas que hay que internalizar, pues perciben el problema desde una perspectiva existencial más que económica, y por eso se identifican vitalmente con líderes como Greta Thunberg y otros. Aunque todavía es pronto para medir el alcance práctico de este cambio de paradigma, no se debe ignorar su realidad, generada por el mero recambio generacional. Todo esto, a escasos días de la realización de la conferencia de las partes (COP25), en Madrid, a partir del 2 de diciembre, donde se abre una nueva fase en las negociaciones climáticas alineadas con los objetivos del Acuerdo de París. https://www.elpais.com.uy/