Apuesta Uruguaya a China

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El comercio con China es un esperanzado haz de luz para un gobierno abrumado por penumbras en tantos campos. El Mercosur restringe la apertura hacia total libertad de intercambio. Dirigentes del Frente Amplio trancan la inserción internacional con la idea obtusa de que los tratados de libre comercio son el demonio encarnado y que el mejor destino de Uruguay es exprimir su magra estructura económica interna hasta dejarla exhausta. Menudean choques entre ministros que debilitan la unidad de acción y credibilidad del Poder Ejecutivo. UPM, proyecto estrella de la administración, depende de que el gobierno cumpla en plazo obras prometidas, algo que falla en forma recurrente en muchos proyectos oficiales. Y en la mayor claudicación de todas, cae año a año la eficacia de la educación pública por omisiones e incompetencia durante los tres períodos de la alianza de izquierda.

Pero al menos parece bien encaminado el consuelo de mayor presencia de China en el horizonte económico, como emergió del encuentro en Punta del Este de la edición anual del evento China-LAC, que congregó en esta oportunidad a más de un millar de empresarios de la región y altos representantes gubernamentales. Bajo la conducción del presidente Xi Jinping, China está expandiendo su comercio e inversiones fuera de fronteras, como proyecto estratégico de influencia mundial que aprovecha la retracción proteccionista de Estados Unidos bajo Donald Trump. A su regreso de un viaje a China, el presidente Tabaré Vázquez anunció como seguro un TLC con esa nación, a firmarse en 2018. El proyecto se derrumbó por la negativa mercosureña de Brasil a autorizarlo y la renuencia de sectores frenteamplistas, que siguen sin entender que el intercambio libre siempre crea más actividad y empleo que lo que se pierde en esas áreas por la competencia externa.

La posibilidad de un TLC formal no corre por ahora, lo cual nos mantiene en desventaja con países de la región que ya lo tienen – Chile, Perú y Costa Rica – y con Nueva Zelanda y Australia, cuyos productos ingresan al vasto mercado chino a menor costo que sus equivalentes uruguayos por ventajas arancelarias. En reemplazo de un acuerdo de este tipo, el gobierno quiere aprovechar los planes de expansión internacional de Pekín para convertir a Uruguay en un centro de ingreso y distribución de productos chinos en la región y de exportaciones de países cercanos en destino inverso. No es fácil que pueda concretarse este ambicioso plan, destacado en el encuentro de Punta del Este por el canciller Rodolfo Nin Novoa, por lo menos en el futuro previsible.

Más tangible es la perspectiva de que Uruguay logre atraer alguna inversión adicional de China, incrementar lo que le vendemos y negociar alguna concesión arancelaria que reduzca la desventaja competitiva que hoy enfrentamos con los productos neozelandeses y australianos. China ya representa más de la quinta parte de las exportaciones totales uruguayas, mayoritariamente soja y carne, y es uno de los pocos países con los que tenemos saldo favorable en el intercambio comercial. Expandir estos resultados parece bastante factible si se negocia de manera eficaz, lo que supondrá beneficios directos para un país cuyos últimos gobiernos se desdibujan en traspiés y fracasos en tantas otras áreas.

El Observador

 

 

 

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