VIDAS GANADAS, VIDAS PERDIDAS (Parte 1)

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Por Hugo Viglietti

“Yo estaba de guardia en el puente del Galgo (Destructor ‘Artigas’), fondeado al reparo de Gorriti, cuando le vino la orden al ROU03 (Destructor ‘18 de Julio’) de levar anclas y zarpar a toda máquina hacia el punto del buque que pedía auxilio por estar hundiéndose. Cuando el ‘18 de Julio’ salió de la bahía, la visión fue espeluznante. Nunca había visto a un Destructor escorar tanto ante el embate de una ola al salir del abrigo del fondeadero. Yo creí que zozobraba, Jamás vi un destructor rolar así y eso que tengo varias operaciones Unitas encima, pensé que rolaría más de 45º y no se recobraría. Recordé rápidamente aquel huracán de la Segunda Guerra Mundial donde varios Destructores americanos zozobraron por no poder soportar una mar desusada. Y este temporal que estábamos viviendo era, particularmente durísimo. Finalmente lograron salir de la bahía a mar abierto”.

Antiguamente en el mundo y aún hoy en muchos lugares de nuestra campaña, es común juntarse alrededor de un fogón a conversar sobre historias vividas. La aparición de las redes sociales, aunque criticadas por algunos, aparejaron sin embargo un fenómeno sano que luego en tiempos de pandemia, se volvería arrollador: la aparición de colectivos o grupos de afinidad. Así se formaron verdaderos fogones virtuales alrededor de los cuales se volvieron a juntar amigos del barrio, compañeros de estudios adolescentes y toda clase de grupos afines, también a recordar viejas historias. Hay una frase significativa atribuida al General Julio Roca, dos veces Presidente de Argentina: “Las marchas militares todavía me enderezan el cuerpo. Quiero a mis viejos compañeros y a quienes sirvieron a mis órdenes. La camaradería militar es un vínculo tan intenso y poderoso, como nadie que no haya vestido un uniforme, puede imaginar». La profesión naval no escapó a ese fenómeno natural, con el agregado qué, de alguna manera parafraseando a Roca, la camaradería forjada bajo actividades de riesgo o con episodios de largas convivencias, con el mar como testigo, ora amigo, ora hostil, forja lazos que los años, lejos de romper, vuelven más fuertes, como un nudo marinero al tirar de él. Es una memoria afectiva que nos empeñamos en mantener dentro nuestro y que despierta con enorme alegría, cuando nos invitan a participar de un grupo, donde encontramos caras amigas, sin distinción de jerarquías. Rostros y nombres que nos retrotraen a un tiempo a veces lejano, pero jamás olvidado. Las historias vividas por la gente de mar en el transcurso de una vida, en que siempre quedaron aventuras para contar, constituyen un privilegio del cual quizás no somos plenamente conscientes. En contraposición al vértigo efímero de las noticias que el mundo hoy nos ofrece, surgieron entonces esos colectivos, empeñados en mantener a flote todo un mar de recuerdos. Por ejemplo, en Facebook, es común encontrar grupos con nombres muy particulares, fragateros, viejos lobos, patacheros, amigos de los destructores Uruguay, Artigas, 18 de julio o las primeras tripulaciones de tal buque o de tal viaje del Miranda o de Fusileros Navales, o de tal Prefectura o de la Aviación Naval. En esos grupos, ya con sus miembros retirados del servicio activo, se reencuentran nombres que son caros a nuestra memoria y a menudo se rememoran vivencias compartidas, de esas que vuelven a erizar nuestra piel. Eso me ocurrió hace un tiempo en un grupo, cuando allí colgaron varias fotos en blanco y negro. En ellas se veían contenedores flotando en una fiera tormenta, una ola enorme tapando el puente de mando del Destructor “18 de Julio”, la lucha por arriar una gomón del destructor y otra con un náufrago trepado en un contenedor semi hundido. Las fotos habrían sido tomadas por un señalero, Cabo CABRAL, pero las colgó en el grupo el Suboficial de Segunda JULIO BALAO, con quien comenzamos juntos la profesión en el puente de señales del Destructor Uruguay, él señalero y yo oficial de comunicaciones, en un lejano 1973 y con quien luego de más de medio siglo mantenemos una fraterna amistad. Surgió así, el tema del hundimiento del buque mercante “Harp” y el posterior rescate de parte de su tripulación.

Ocurrió el 23 de noviembre de 1980, en cercanías de Punta del Este y poca ayuda me prestó google al intentar averiguar detalles sobre algo ocurrido 44 años atrás. Apenas la seriedad de las páginas del Lloyd Register y la biblioteca del Palacio Legislativo con diarios en versiones digitales o fichas de microfilms, me sirvieron como soporte documental. El Lloyd asentó de manera escueta, que el “Harp” se incendió y se hundió a 17 millas al Suroeste de Punta del Este, Uruguay, en latitud 35º 08’ S y longitud 54º 47’ W, después de tomar agua en condiciones climáticas adversas. Aunque el volumen de información era escaso, no importó, pues quise escribir esta historia de la mano de esos narradores espontáneos que fueron surgiendo, al recordar aquel episodio dramático. Varios “viejos lobos”, que participaron de esa aventura, comenzaron a escribir en el grupo, desde sus recuerdos personales. Obviamente más de cuatro décadas desdibujan las escenas y pueden surgir versiones con diferencias. No obstante, en casi todos, el denominador común era la fiereza de la tormenta y muchos mencionaron la valentía de varios tripulantes del ROU03 ‘18 de Julio’, entre quienes los más nombrados, fueron los entonces Teniente de Navío José Uriarte y Marinero de Primera Wilson Nuñez. A ellos dos los entrevisté y sus relatos, aún años después, me conmovieron.

La Flota se encontraba haciendo sus maniobras anuales, cuando el viento rotó hacia el Norte y la temperatura descendió bruscamente. El día gris y encapotado comenzó a mostrar en el horizonte destellos de una tormenta eléctrica, al tiempo que empezaban a soplar ráfagas de viento fuerte. En la década del 80, no existían los equipos predictores meteorológicos de hoy día, pero el viejo glosario marinero en el Río de la Plata, señalaba: “Norte duro Pampero seguro”. La orden para la Flota, fue dirigirse a la Bahía de Maldonado para buscar allí el resguardo de la Isla Gorriti y la Península de Punta del Este. Con buen tiempo esta bahía es un lugar buscado y disfrutado por todo tipo de embarcaciones. Cruceros, veleros, yates, se cruzan a su abrigo, deleitándose con la vista de una costa hermosa y apacible. Con mal tiempo, con temporales y tal era el caso en esta oportunidad, suele verse a pesqueros buscando allí refugio y los buques que estaban operando hicieron lo propio. La decisión fue prudente, pues en efecto, al poco tiempo el viento volvió a rotar y se desató un fortísimo Pampero con vientos arrachados, que al soplar desde el Suroeste, hamacaban a las embarcaciones fondeadas en la bahía. Algunos buques, pese al fondeo y al buen tenedero de la Bahía de Maldonado, debían mantener sus motores prendidos buscando un efecto de ciaboga (una hélice dando adelante y otra dando atrás) y maniobrando con el timón para impedir que el buque quedara atravesado a las olas. Los Puentes de Mando del “Uruguay y el “Artigas”, viejos destructores de la 2ª Guerra Mundial eran abiertos y allí los Oficiales de Guardia, se enfundaban en capotes e impermeables, que igualmente no impedían que el viento y la lluvia se colaran dentro. Cada 15 minutos, o a veces menos, según la mayor o menor confianza del oficial, éste tomaba las marcaciones a puntos fijos de la costa, siempre el Faro de Punta del Este y el edificio “Vanguardia” con sus 12 pisos, en un balneario muy diferente al actual con sus grandes torres, ofrecían visuales claras. El oficial controlaba también en el repetidor del radar, las distancias a la costa y a la Isla Gorriti. Estos datos eran anotados por el tripulante de guardia en el Puente, que luchaba para que el cuaderno de marcaciones y distancias no se mojara. En el puente de señales, también abierto por supuesto, un señalero quedaba siempre atento a las comunicaciones que pudieran venir por izadas de banderas o morse luminoso o a cualquier elemento que pasase por cercanías del buque. Puestos ingratos en días de tormentas, aunque hoy pagaríamos cualquier dinero por volver a estar allí. En el “18 de julio” en cambio, el Puente de Mando era cerrado. El buque era más moderno, un destructor de escolta clase Dealey botado en 1954 para la Armada de los EE.UU. de América y originalmente bautizado con el nombre USS “Dealey” (DE-1006), en honor al comandante Samuel David Dealey, quien falleciera al mando del submarino USS Harder, hundido por cargas de profundidad japonesas el 24 de agosto de 1944 en Luzón, en la batalla por la recuperación de islas en Filipinas. Si bien este buque no había vivido situaciones de combate como sus enjundiosos compañeros de la División Escolta, en 1962 aún con pabellón norteamericano, participó del bloqueo contra Cuba por la crisis de los misiles. Había una cuota de natural y sana envidia entre los tripulantes de los viejos destructores y el “18 de Julio”, pues éste al ser un buque a vapor (su propulsión se componía de dos calderas Foster-Wheeler y una turbina De Lava), con frecuencia requería mantenimientos que lo dejaban fuera de servicio. Un viejo estribillo de los muelles decía que mientras el “Uruguay” y el “Artigas” debían cubrir casi siempre las guardias y los rescates, el “18 de Julio” en cambio, al ser más moderno, mejor artillado y más veloz, siempre era el elegido para las mejores misiones, incluyendo viajes al extranjero. En esa oportunidad, sin embargo, el “18” como simplemente se le llamaba, iba a escribir una increíble página de valentía y arrojo, que definitivamente echaría por tierra esos corrillos.

Primera hora de la mañana, con el Pampero arreciando, se escuchó por el Canal 16 (frecuencia internacional de socorro que todo buque debe cubrir), el llamado de un buque mercante que emitía un mensaje de auxilio “mayday, mayday” al Suroeste de Lobos y la Prefectura de Punta del Este que le contestaba. Se trataba de un portacontenedores de nombre “Harp” y bandera de Bermudas, que construido en 1973 estaba haciendo la ruta desde Santos hacia Buenos Aires, cargado con contenedores. Inmediatamente la Armada tomó acción y se designó al “18 de Julio” para concurrir al lugar indicado por el buque en su pedido de socorro. El entrecomillado que inició este relato pertenece al Capitán de Fragata CARLOS RICO y describe la salida del “18 de Julio” de la bahía. Otros testigos y protagonistas describieron la dramática situación.

Nota: Hola amigos, comparto otra historia real ocurrida en nuestras aguas. Publicada en la Edición 104 de la Revista Naval, fue escrita de la mano de los protagonistas de ese increíble y trágico episodio. Como Facebook no permite negritas y cursivas, he jugado con mayúsculas y líneas de guiones para separar sus narrativas. CA (R) Hugo Viglietti

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