Los secretos de los megatsunamis: olas de más de 500 metros de altura y devastación en agua dulce

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En la bahía de Lituya (Alaska, EE UU) había solo tres pequeños barcos con seis personas a bordo la noche del 10 de julio de 1958, cuando comenzó una escena caótica: estruendos, sacudidas y oleaje gigantesco. Un terremoto de magnitud 8,3 ocasionó el desprendimiento de 90 millones de toneladas de hielo y rocas que cayeron en el agua, creando olas colosales. Una de ellas alcanzó los 524 metros de altura y es la mayor jamás registrada. Las paredes de agua arrasaron con 10 kilómetros cuadrados de bosques, las escasas construcciones de los alrededores, el faro de la bahía y dos de aquellas embarcaciones. Se trata del más grande de los 31 megatsunamis registrados en la historia de la humanidad.

Una de las grandes diferencias con los tsunamis es, lógicamente, la altura de las olas: a partir de los 40 metros se consideran megatsunamis. Otra aspecto en el que difieren son las causas. Los terremotos son el origen principal de los tsunamis convencionales, mientras que en el caso de los megatsunamis, sus motivos incluyen grandes desprendimientos rocosos, deslizamientos terrestres o submarinos, erupciones volcánicas y caída de meteoritos de gran tamaño al océano. Todo esto lo detalla Mercedes Ferrer, investigadora del CSIC en el Instituto Geológico y Minero de España, en su libro Megatsunamis, junto con las formas de identificarlos y cuáles han sido los más relevantes.

Mientras que en los últimos cien años se han registrado 58 tsunamis, existen evidencias históricas y geológicas de 31 megatsunamis en la historia de la humanidad. Ferrer explica en su libro que son tan escasos porque los fenómenos que los ocasionan no son comunes. Los más usuales son las grandes avalanchas: “Se originan por un gran y repentino desplazamiento de material que penetra en el mar o en un lago”, aclara la autora.

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