Inserción internacional con dificultades de competitividad

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Por Adolfo Díaz Solsona

Plantear acuerdos comerciales sin considerar las carencias de competitividad es atractivo, por su simplicidad, pero es erróneo El reciente anuncio oficial del inicio de un estudio para un acuerdo comercial con China sacudió el tablero económico y el político. Lo político debiera generar menos dificultades, habida cuenta de los intentos anteriores de los gobiernos del Frente Amplio. En lo económico ese TLC sería, para algunos, garantía de tiempos mejores y para ello citan el ahorro de aranceles que hoy se pagan como uno de sus beneficios (unos US$ 200 millones). Esta visión estática de los beneficios es parcial y limitada. Los beneficios y costos van más allá e incluyen, inversiones, modernización normativa (propiedad intelectual, medio ambiente, etc.), recaudación de aranceles, impacto en sectores sensibles de nuestro país y a consumidores . Nos concentraremos en los beneficios relacionados al aumento de oportunidades comerciales para nuestros exportadores y a la posibilidad de nuevas inversiones vinculadas a los sectores competitivos.

En las exportaciones los beneficios deberían incluir la diversificación de productos. Un TLC colaboraría en ese sentido porque la desgravación arancelaria está sesgada a favor de los bienes de mayor elaboración al ser éstos los de mayores aranceles. Pero esos bienes de mayor elaboración, y las inversiones asociadas, requieren de buenos niveles de competitividad, en sentido global (no sólo el cambiario). Y éste es, desde hace décadas, “el” debe de nuestra economía. Nuestra experiencia muestra que, aun con un tratamiento arancelario favorable los problemas de competitividad pueden actuar como freno al comercio. Según los especialistas en el tema, el TLC con México es ejemplo de ello. Con 130 millones de habitantes, un PBI veinticinco veces mayor al nuestro y una apertura comercial importante (acuerdos con 50 países), es un fuerte importador de bienes de nuestra canasta exportadora. Pese a ello, el comercio ha sido limitado tanto en cantidad como en tipo de bienes. Este TLC evidencia que más allá de los acuerdos comerciales, nuestros costos internos son una limitación de peso a la hora de escalar el intercambio de bienes/servicios e inversión extranjera. La conclusión es intuitiva. Plantear acuerdos comerciales sin considerar las carencias de competitividad es atractivo, por su simplicidad, pero es erróneo. Los ya exportadores se verán beneficiados por la reducción del costo arancelario, pero no es allí donde “se juega el partido”. El desafío es aumentar, el comercio en los productos ya transados, la diversificación y sofisticación de los productos, así como aumentar las inversiones. Pero todo ello depende de la competitividad.

 Otra vez la competitividad?

Es un tema recurrente, pero pocas veces adecuadamente abordado. Es clave, tanto a la hora de potenciar los beneficios de la inserción internacional, como de reducir sus costos. Deberíamos empezar reconociendo que nuestro coeficiente de apertura (exportaciones más importaciones, dividido PBI), 40%, es la mitad del que debiéramos tener por tamaño y PBI per cápita. Somos una economía más cerrada de lo que muchos creen y ello es una pésima noticia. Estamos errando el rumbo. Crecer hacia afuera no es muestra mejor opción, es la única y ni siquiera lo terminamos de aceptar. ¿Alguien puede creer que con sólo una reducción de aranceles de nuestros compradores vamos a lograr la competitividad que no tenemos? No es creíble y la experiencia así lo dice. Aun sin aranceles, deberemos competir con muchos países en igual condición. Mejorar nuestra competitividad, en sus diversas dimensiones, fue, es y será clave, con y sin TLC . No hay atajos fáciles. No venimos bien, desde hace décadas, pero el TLC con China es una oportunidad para poner el tema sobre la mesa y actuar. Hay oportunidades sustantivas de mejoría. Por ejemplo, en los componentes no cambiarios de la competitividad hay varios relacionados a impuestos explícitos o implícitos (tarifas públicas, energía, tributación de trabajo y capital) que pueden mejorarse adecuando nuestro defectuoso Gasto Tributario. El mismo excede en más de 2,5% del PBI anual lo que es razonable y tiene muchos componentes regresivos. Es un monto relevante. Cambiar malas exoneraciones por peores impuestos es una buena política, alineada con los compromisos de campaña del Gobierno (no más impuestos). Resumiendo, la conveniencia de un TLC va mucho más allá de los aranceles ahorrados. Las carencias en competitividad pueden minimizar los beneficios (y potenciar los costos) de cualquier TLC. Mejorar la competitividad es un viejo debe del país. Hay posibilidades ciertas de hacerlo, por ejemplo, reasignando nuestro Gasto Tributario. El TLC con China es una oportunidad para abordar el tema. Hay mucho en juego. Nuestra magra competitividad, nos llevó a ser una economía menos abierta de lo deseable, y es parte de las causas de problemas sociales graves como la emigración y las “raleadas” historias laborales.  https://www.elobservador.com.uy/

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