Por : C/A Hugo Viglietti
BASE CIENTÍFICA ANTÁRTICA ARTIGAS, ISLA REY JORGE. ARCHIPIÉLAGO DE LAS SHETLAND DEL SUR, FEBRERO DE 2008.
Karina levanta el recipiente con las muestras sintiéndose satisfecha con el trabajo del día. Queda poco rato de luz y quiere tomarse unos minutos para su particular ritual de “escuchar el silencio”. Karina Sans, Licenciada en Ciencias Biológicas, especializada como Bióloga Marina y Master en Gestión Ambiental por la Universidad de León, España, es una experimentada científica con varias misiones antárticas en su haber. Había llegado una vez con el C-130, otra con el “Artigas” y la última con el “Vanguardia”. Ahora embarcaría en el “Oyarvide”. También había navegado en el Río de la Plata, en el ROU27 “Banco Ortiz”, en remolcadores y lanchas de Prefectura. Supo trabajar con marinos uruguayos, brasileros, rusos y venezolanos, por lo cual tenía ya un muy buen pie marinero. Además de inteligente y dedicada, Karina es bonita. Su cabello rubio y largo, sus ojos color café y una sonrisa ancha le impiden pasar desapercibida. Los primeros embarcos, como buena pionera sintió la natural presión de trabajar en un entorno tradicionalmente de hombres. Con el tiempo, embarcar con otras colegas mujeres, tener ya amigos marinos y sobre todo cuando la Armada generalizó el embarco femenino a bordo, le hicieron ya totalmente natural el trabajo embarcado. Karina le avisa a su compañero Nicolás Cordeiro, Biólogo Molecular, que se apartará un poco, éste serio, le recuerda que debe seguir las recomendaciones y no alejarse de la vista de la Base. Ella lo mira y sonríe condescendiente, sabe que es la primera misión de Nicolás y al igual que varios novatos, han quedado impresionados, cuando en las charlas de seguridad les explicaron que no podían alejarse de la Base, por las traicioneras tormentas de nieve que se levantan en segundos y que pueden envolver el entorno en un denso manto de niebla, impidiéndoles por tanto ubicar la Base. También les han alertado de las grietas que disimuladas por la nieve, pueden ceder al peso del hombre y hacerles caer a profundidades imposibles. Karina había tenido caídas en la nieve, en el agua, principios de hipotermia y también pasado ya, varios turnos de guardias nocturnas haciendo juegos de luces con la linterna para ayudar a gente perdida con esas nieblas o nevadas sorpresivas. En esa misma campaña, un gomón con cinco chilenos en la bahía, con las baterías de sus radios agotadas, se orientaron gracias a la luz de su linterna y desembarcaron en la BCAA, para tranquilidad de los colegas de la Base Presidente Frei que los estaban buscando. Karina conoce bien los alrededores de la Base Artigas, es como si tuviera un mapa mental en su cabeza. Le gusta tener sus momentos aislados, se aleja unos 200 metros para no escuchar ninguna voz, da la espalda a la Base y sentándose en la nieve, abre bien los ojos y llena sus retinas de la inmensidad majestuosa que se levanta ante ella. Nieve, ondulaciones, montañas, todo desierto, ni un pájaro, nada de vegetación y un silencio sepulcral que sobrecoge el alma. Una vez más disfruta el momento y pierde toda noción del tiempo y del espacio ante la impresión de una naturaleza que parece abrazarla. Un rato más tarde el llamado de Nicolás la vuelve a la realidad, se siente plena, sabe que fueron minutos, pero los sintió como horas. Escuchó el silencio. La Bióloga retorna caminando a la Base y su vista choca indefectiblemente con el blanco y celeste de la nueva instalación, un edificio de dos pisos que se alza en la parte norte de la Base, donde antes estaba el viejo “wannigan” científico. Había sido construido en su anterior visita a la BCAA, en un período en que Uruguay se sumó a la mayoría de los países miembros del Tratado que explotaban el turismo antártico. La pesca y el turismo, son las únicas actividades comerciales autorizadas en la Antártida y ambas están muy controladas. Con la autorización del Ministerio de Defensa, siguiendo las normas de la IAATO (Asociación Internacional de Operadores del Turismo Antártico) y el apoyo del Ministerio de Turismo y la Fundación Civil Antarkos y en base al invaluable apoyo del formidable “Hércules” C-130 de la Fuerza Aérea Uruguaya, se había diseñado un plan de visitantes que había trasladado durante un tiempo, a grupos de viajeros que completaban los lugares libres de la aeronave y se mostraban encantados de colaborar con las mejoras de la base y el empuje a proyectos de científicos compatriotas, a cambio de conocer la Antártida. Todos volvían maravillados. El resultado lo tiene a la vista. Siente, lo ha dicho y lo repite a menudo, que ese hermoso y funcional edificio marca un antes y un después en el funcionamiento de la Base. La planta baja tiene el alojamiento y el despacho del Jefe de Base, la Sala de Radio y el alojamiento también del Radio Operador, laboratorio científico seco, centro de computación, cafetería y una sala multiuso que da nombre al edificio, AINA, Aula de Interpretación de la Naturaleza Antártica, donde rodeados de paredes con afiches y fotos de los principales proyectos y emprendimientos que ha encarado Uruguay, se suelen reunir los científicos y los visitantes. En la planta alta se ubican 12 habitaciones con baño privado para 30 personas. Ésta es la temporada que ella trabaja con mayor comodidad en la Antártida. Sabe, porque vio parte del proceso, que la construcción de ese edificio había sido un desafío monumental, muy bien ejecutado por la empresa y la dotación de la Base y liderado por un viejo amigo suyo, el Capitán de Navío Daniel Ressia. Para esa construcción la Armada había complementado la tradicional operación del ROU26 “Vanguardia” con el reaprovisionamiento logístico anual, sumando el traslado del grueso del material y operarios a bordo del ROU04 “Artigas”. Las enormes dificultades de descargar el material, sobre todo las grandes y pesadas vigas y paneles, primero del buque fondeado a embarcaciones menores, luego de ellas a la orilla, ya que por supuesto en la Base no existía ningún muelle; el posterior traslado de ese material desde la playa hasta el lugar de construcción, fueron todos desafíos enormes que se vencieron con el ingenio y el coraje que suele poner el uruguayo en las tareas difíciles. Hoy ella y otros disfrutan de ese estupendo cambio.
– ¿Qué tarea te toca hoy en la cena? – le pregunta Nicolás.
– Hoy voy adentro de la cocina, por eso me estoy apurando – contesta Karina y sonríe mientras piensa… ayudante de cocina, investigadora, moza, traductora, navegante, lavadora, encargada de científicos y varios roles más. Ha hecho de todo y realmente disfruta cada campaña.
Es una vieja tradición. Los “Antarcos” como se autodenominan quienes llegan a la Base en la Antártida, reciben ciertos simbolismos gratos y otros no tan gratos. Dentro de los primeros está el pin que en ceremonia anual, el Instituto Antártico entrega a quienes a lo largo del año estuvieron en la BCAA. Dentro de los segundos, está el colaborar con las tareas domésticas de una Base, cuya dotación fija de 8 o 9 personas, no le permite brindar servicios adicionales. Así, quienes se alojan en la Base, son invitados sutilmente a colaborar en las tareas de limpieza y acomodo de su alojamiento y en otras tareas comunitarias rotativas, ayudar en la cocina, lavar vajilla, etc. También ha sido tradicional el buen humor con que el visitante o el científico e incluso algunas autoridades, comparten estas tareas.
– Nos quedan pocos días Nicolás– señala Karina.
– Si, el “Oyarvide” ya está cerca – responde su amigo.
MAR DE DRAKE, FEBRERO 2008.
El “Oyarvide” sigue navegando con un motor en el eje de babor. Su velocidad de avance ha disminuido a 8 nudos. Las condiciones de mar y viento se mantienen estables. Afortunadamente el Mar de Drake se está comportando bien. Registros que se confunden con leyendas, cuentan que el nombre de este tenebroso mar obedece a que el corsario inglés Francis Drake fue el primero en navegar estas aguas, allá por el año 1578. Navegando la costa sudamericana con el objetivo de asaltar galeones, una fuerte tormenta habría empujado su buque hasta el Cabo de Hornos alcanzando el final del continente americano y por tanto estas aguas. El Comandante está recorriendo el buque. Verifica personalmente trincados exteriores, escotillas cerradas y trata con su presencia de trasmitir tranquilidad a aquellos con quienes se cruza. El personal técnico, firme en su compromiso profesional, había comenzado la batimetría desde el mismo momento de ingresar al Drake y siguen recabando datos. En el Comedor de Personal dibuja una media sonrisa displicente mostrándose despreocupado y elogia los bizcochos del cocinero. También bromea con un marinero joven, aficionado a hablar de sus conquistas, al que le pregunta si dejó alguna novia en Ushuaia. El Marinero le contesta que si vuelve otra vez a Ushuaia se casa y la gente ríe. Los científicos están en su mayoría acostados. Es entendible piensa, para muchos es la primera vez embarcados. Luego se dirige a las Salas de Máquinas. Allí una vez más se admira del trabajo de su gente, es durísimo trabajar en esas condiciones. Líquidos en movimiento en la sentina, olores diversos, un ruido infernal que imposibilita las comunicaciones, el movimiento del buque que obliga a trabajar trincándose como cada uno mejor pueda. Ve a un veterano Suboficial, Roberto Dattele en plena tarea, un excelente electricista, que está literalmente amarrado por un cabo que le pasa por la cintura y los hombros, balanceándose con los rolidos y cabeceos del buque para poder así usar las dos manos. Se acerca y le palmea la espalda, ambos intercambian el clásico saludo con el pulgar levantado. El Jefe de Máquinas se arrima y gritándole al oído para hacerse oír por sobre el incesante ruido, le explica cómo está la situación con cada equipo de trabajo. Le informa que hay gente que lleva más de 30 horas sin dormir. El Comandante asiente y le dice que trabajen tranquilos, que confía en ellos. Sube a cubierta y se dirige al Puente, pensando una vez más en el enorme esfuerzo que desde siempre los maquinistas hacen, lidiando con la escasez de recursos, con la inexistencia de repuestos que les obliga a inventar. Hacen magia, concluye el Comandante. Ya es noche cerrada. Son las 20.00 hrs y en la penumbra de las luces rojas y mortecinas del Puente, escucha el pasaje de novedades y autoriza el relevo de guardia. Mira el cuaderno de órdenes nocturnas y asiente complacido, pero decide quedarse allí. Será una noche larga. Se acomoda en el asiento. Tiene al lado su carpeta personal donde ha recopilado toda la información atinente al viaje. No la mira, pero recuerda el capítulo de los siniestros ocurridos. De cada uno intentó comprender cómo sucedieron y sacar enseñanzas. En el verano anterior, en abril del 2007, se produjo el incendio del rompehielos ARA “Almirante Irízar” estando de retorno de su campaña antártica. Los 296 tripulantes y pasajeros abandonaron el buque en las 24 balsas salvavidas, sin que se registraran víctimas. El Comandante se negó a abandonar la nave y permaneció en ella, que finalmente con el incendio controlado pudo retornar a remolque a Argentina.
En noviembre de 2007, pocos meses atrás, se había producido el naufragio del buque turístico canadiense “M/S Explorer”, que chocó con duros hielos que le causaron dos rumbos en el casco bajo la línea de flotación. Sus 85 pasajeros y 15 tripulantes fueron rescatados sanos y salvos de las heladas aguas. La Base Artigas había colaborado con esa evacuación, ya que el naufragio se produjo en su cercanía, a 25 millas al SE de la Isla Rey Jorge. Tampoco hubo víctimas mortales en ese naufragio El 24 de enero de 2008, poco menos de un mes atrás, en el Rompehielos “Almirante Oscar Viel” de la Armada de Chile, durante el reaprovisionamiento de la Base Científica Chilena en Bahía Fildes, en condiciones de tiempo duro, un Cabo de Segunda perteneciente a la tripulación cayó en cubierta. Los intentos de reanimación, fueron infructuosos. Ese había sido el primer accidente mortal en un buque en este verano antártico, según las estadísticas habría dos más antes de llegar el otoño… cabalista como todo marino, el Comandante lleva la mano al bolsillo interior de la campera donde tiene una ajada estampita de la Virgen Stella Maris, protectora de los hombres de mar.
BAHIA MAXWELL, COSTA SUROESTE DE LA ISLA REY JORGE, 29 DE FEBRERO 2008.
La noche da paso al día. El plazo de 8 horas pasó y los tres motores averiados se niegan a responder. El cuarto motor parece saber que 73 personas dependen de él y mantiene firme su marcha. Los maquinistas continúan trabajando al máximo. Los técnicos siguen con la batimetría. Drake se mantiene benévolo y el día discurre sin novedad. Con las primeras luces del día siguiente el “Oyarvide” bordea por fin la Isla Rey Jorge. A sotavento de la Isla, la navegación se hace más calma y de manera poco creíble, con diferencia de minutos y merced al denodado esfuerzo del Departamento de Máquinas al completo, los motores empiezan a quedar en servicio. Esta noticia y la cercanía del destino terminan de tranquilizar a quienes estaban al tanto del riesgoso cruce con un solo motor. Por fin a media mañana, el “Oyarvide” fondea en la tranquilidad de la Bahía frente a la Base Artigas. De entrada fondea el correntómetro, que durante las dos semanas que el “Oyarvide” permanecerá en la Antártida, registrará las características del agua en la zona. Los científicos y parte de la tripulación desembarcan y luego del efusivo saludo con los compatriotas que estaban en la Base, comienzan los primeros trabajos de campo. El buque permanecerá tres días en esta primera arribada. Para la gran mayoría de los recién llegados, es su primera experiencia en tierras antárticas y el trabajo se alterna con paseos guiados por el personal de la Base y visitas a las cercanas y amigas bases de Chile, Argentina, Rusia y China. La naturaleza antártica, tan bella como peligrosa, fascina a los visitantes.
El 2 de marzo, cuando el “Oyarvide” se apresta a zarpar para la siguiente etapa de trabajo, el Comandante recibe una noticia. El buque científico alemán “Polar Stern” sufre un accidente cerca de la estación científica germana “Neumayer II”. El helicóptero del buque se estrella, muriendo el piloto y un investigador y resultando heridas otras tres personas. La maravillosa y traicionera Antártida se sigue cobrando vidas. El Comandante recuerda la macabra estadística y piensa, es el segundo accidente con pérdidas de vidas del verano…
ESTRECHO DE BRANSFIELD, 3 DE MARZO 2008.
También llamado Mar de la Flota, este Estrecho es la parte del Océano Antártico que se encuentra entre las islas Shetland del Sur y la Península Antártica. El “Oyarvide” ha dejado la tranquilidad de la Base Artigas y navega con rumbo Sur, cruzando Bransfield en dirección a la Península Antártica en cuyo extremo Noreste se encuentra el ECARE, la Estación Científica Antártica Ruperto Elichiribehety, el otro bastión de Uruguay en la Antártida. Los tres días pasados en la Base y la excitación por entrar en la parte más emocionante del viaje, animan el ambiente. Para orgullo de los maquinistas y tranquilidad de toda la tripulación, los cuatro motores del buque están en perfecto funcionamiento. El Comandante en el Puente, abre su carpeta y relee la información de la siguiente etapa del viaje. Poco más de 70 millas separan a la BCAA del ECARE. Estima que Bransfield no les será problemático. Las dificultades surgirán al llegar al Estrecho Antartic. Siente unos ojos en la nuca y un cuello que se estira tras él y sonriendo le pasa una hoja a un joven oficial.
Es un artículo escrito por el infatigable historiador antártico Waldemar Fontes, Coronel del Ejército que supo integrar varias dotaciones y ser Jefe de la BCAA. “La Estación ECARE, enarboló el Pabellón Nacional, en diciembre de 1997, luego de haber sido transferida a la República Oriental del Uruguay mediante un acuerdo firmado con el Reino Unido, por el cual se cedieron las instalaciones hasta ese momento conocidas como “Trinity House”, la antigua “Base D” de la Operación Tabarín, de la Segunda Guerra Mundial, cuando los británicos, previendo posibles avances de otras potencias en la región antártica, iniciaron un despliegue por el cual establecieron una serie de estaciones de carácter científico y de observación meteorológica… Según indica el BAS (British Antarctic Survey), el propósito de la Base D, era la investigación científica en áreas de geología, geofísica, glaciología, meteorología, botánica y psicología humana y de los perros. La instalación de esta base fue una reacción ante la posibilidad de que la Alemania Nazi, estableciera instalaciones logísticas en la Antártida, pero para 1944, la derrota alemana era previsible y este despliegue, sumado a la Operación High Jump de los EE.UU, produjo impacto en la región, provocando reacciones de Argentina, que envió en 1947, su primera misión aeronaval y de Chile, con la fundación de la Base Naval Pratt en 1947… La base D, siguió funcionando bajo administración británica, hasta 1964, en que fue abandonada, siendo transferida a Uruguay en diciembre de 1997… El 7 de diciembre de 1997, el buque ROU26 “Vanguardia”, de la Armada Nacional, luego de aprovisionar la Base Artigas, cruzó el estrecho de Bransfield, en procura de Bahía Esperanza, al mando del C/F (CG) Pablo Álvarez, encontrando masas de hielo que dificultaron la operación de abastecimiento, que pudo comenzarse recién el 14 de diciembre, contando con el apoyo de los helicópteros del rompehielos Irizar, de la Armada Argentina. Ese día, desembarcó una delegación, conformada por el Coronel Abel Pérez y el Teniente Coronel José Unzurrunzaga, representantes del IAU, el Capitán de Fragata (CG) Hernes Rodríguez, del Comando de la Flota y el C/C (CG) Enrique Dupont, Segundo Comandante del ROU “Vanguardia”, quienes tomaron posesión de las instalaciones, enarbolando el pabellón nacional, poniéndose a cargo de las mismas, a la primera dotación, encabezada por el Tte. Cnel. José Unzurruzaga del Ejército Nacional”. En esta oportunidad, el “Oyarvide” a pedido del Instituto Antártico Uruguayo estaba trasladando material y personal que el mes anterior habían llegado a la BCAA con destino al ECARE, al cual no habían podido arribar, debido a que las duras condiciones meteorológicas y una infranqueable barrera de hielos habían impedido el acceso del “Vanguardia” a la Estación Científica.
Continuará:
C/A Hugo Viglietti
Nota: El autor agradece a la Lic. Karina Sans, al entonces CF (CG) Álvaro Armagno y al entonces CC (CIME) Giancarlo Tizzi, Comandante y Jefe de Máquinas respectivamente del ROU22 “Oyarvide” en el 2008, por haber compartido sus vivencias otorgando veracidad a esta narrativa.
Bibliografía consultada:
“Antártida, continente de ciencia y cooperación” del libro “Historias de la Flota”, 2009.
“20 años de Uruguay en el Tratado Antártico”, Instituto Antártico Uruguayo, 2005.