El Hespérides desembarcó al personal en la isla Rey Jorge durante un fuerte temporal; después cogieron un avión Hércules de la fuerza aérea de Uruguay. Un vuelo a cuatro grados de temperatura hasta Punta Arenas, en Chile. Miércoles 26 de febrero. 10 de la mañana. Por la ventana del comedor de la base Gabriel de Castilla puedo ver al Hespérides entrando por la bahía de Decepción. Esta vez no viene a descargar material y comida, sino a llevarse personal. Es un momento cargado de una emoción difícil de describir. Hay que despedirse de un lugar con una belleza extraordinaria y también del personal científico y del Ejército de Tierra con el que he compartido una experiencia muy intensa. El cielo está algo cubierto y el viento sopla flojo. Es la primera vez que veo al buque oceanográfico en un día de tiempo estable, algo que me tranquiliza ya que debo ponerme el traje de seguridad, embarcarme en una zódiac primero y después subir por una escalera hasta el barco. Siempre se agradece que esta arriesgada maniobra se haga con las mejores condiciones. Cruzar los Fuelles de Neptuno, que separan a la bahía del mar abierto, es el último recuerdo que capturo en mi memoria para siempre. Borrasca a la vista Minutos después bajo al módulo científico del Hespérides con un pensamiento: a partir de ahora estoy en manos de la meteorología. El tiempo decidirá cuándo puedo salir de la Antártida. Por la megafonía anuncian la hora de la reunión en la que se ofrecerá el parte meteorológico del día siguiente en la isla Rey Jorge, desde donde saldrá el avión hacia Punta Arenas, en Chile. El comandante, Emilio Regodón, anuncia una borrasca. Todos los fenómenos que uno no desearía para poder volar están garantizados. Las últimas palabras que exactas a eso de las 18.30 horas de la tarde fueron: «El avión está previsto que salga desde Chile a las siete de la mañana. En cuanto tengamos la confirmación organizaremos las zódiac para salir hacia la playa». Durante las siguientes horas el personal que deben embarcar nos debatimos entre el pesimismo y la esperanza. A las doce de la noche salta la sorpresa. El avión es un Hércules C130 de la fuerza aérea uruguaya. «¿Has estado alguna vez en uno?», me pregunta el comandante Manuel Blanco, que estuvo evaluando la base española en lo referente a riesgos laborales. «Prepárate para pasar frío». Aunque antes de pensar en Hércules debía llegar a Rey Jorge. Y la jornada despertó con la peor de las noticias. Hay un temporal muy intenso en el mar. «Es el peor día desde que comenzó la campaña. El problema es que nos acaban de avisar de que el vuelo ya ha salido desde Punta Arenas y no hay otra opción que cogerlo porque nunca se sabe cuándo habrá una nueva oportunidad», reconoce Regodón.
Bajar del barco a la zódiac se hace con extrema precaución y seguridad. Y por si algo fuera mal hay un buceador listo para lanzarse al mar. La operación se realiza con éxito. Eso sí, el viaje fue muy movido, con un viento fortísimo y la famosa nieve en horizontal, muy propia de la Antártida. Las manos se quedaron heladas mientras cargaba con todo el equipaje desde la playa hasta una zona de la isla donde nos recogerían. Un vuelo con dos grados. Sobre las dos de la tarde llegamos a la pista de aterrizaje. La primera impresión al ver el Hércules impone. Uno no puede olvidar el trágico accidente que ocurrió hace un par de meses durante el mismo trayecto y medio de transporte. En cuanto tomo asiento como puedo en uno de sus laterales, una sensación de frío me invade. Me doy cuenta, además, de que se concentra en los pies, justo donde menos me había preocupado de proteger, más allá de unos gruesos calcetines. A mitad de trayecto el frío es tan intenso que todo el personal se levanta para tratar de que su cuerpo entre en calor. «La temperatura es ahora mismo de unos dos grados», apunta un trabajador de la tripulación. Pero enseguida ocurrió algo que cambiaría la historia de ese vuelo. Me comentan que puedo ir a la cabina del piloto a charlar con él sobre algo que me fascina, meteorología. La conversación transcurre además con unas vistas hermosas del Cabo de Hornos. «El problema de volar en la Antártida no solo es el viento sino que además el tiempo cambia rápidamente y en Rey Jorge hay un factor local determinante. El aire llega desde el glaciar muy frío pero se calienta lo suficiente cuando llega a la pista como para condesar. Por ello la niebla siempre está presente. Muy a menudo ocurre que desde la cabina vemos todo excepto la pista de aterrizaje» explica John Orrego. El aterrizaje en Punta Arenas se realiza con éxito. Vuelven los coches, el ruido y el dinero. https://www.lavozdegalicia.es/