El grupo de buzos está disponible las 24 horas durante los 365 días del año. Estuvieron durante la búsqueda del copiloto chileno que falleció en octubre de este año en un accidente aéreo durante una reunión con los sobrevivientes de la tragedia de los Andes; participaron del operativo de búsqueda del joven de 17 años que desapareció en julio en las aguas del Río Uruguay luego de que la embarcación deportiva en la que viajaba, junto a otras tres personas, naufragara; y colaboraron en la búsqueda del auto que desapareció, también en julio, en las aguas del Río Santa Lucía con una mujer en su interior. Desde hace 55 años, el Grupo de Buceo de la Armada (Grubu) ha colaborado en los más diversos casos: desde la búsqueda de cuerpos, armas y objetos en lagunas, ríos y arroyos, hasta rescates de barcos hundidos, incendiados o trabajos para los distintos organismos estatales, que incluyen, en algunos casos el uso de explosivos. Son los encargados de inspeccionar y realizar las tareas de mantenimiento de la Represa de Salto Grande o de las diversas boyas petroleras con las que cuenta Ancap. A pesar de que las tareas que realizan son principalmente de salvamento —debido a que Uruguay es un país pacífico— no pierden de vista su principal objetivo: el militar. Para eso suelen realizar ejercicios de simulación. El último fue una situación ficticia en el que un buque de determinada procedencia, ingresaba de forma ilegal en el Puerto de La Paloma con tráfico de drogas o de personas, y sembraba objetos sospechosos como explosivos en el acceso al puerto. «Imaginate que llegue a pasar eso acá —cuando buena parte del comercio se mueve a través de los puertos— y toda la producción que entra y sale quede parada», dijo Marcos Saralegui, jefe del Estado Mayor de la Flota. En esa situación el Grubu tenía la tarea de liberar el acceso al puerto, lo que implicó un ejercicio con explosivos y otros elementos. «Por el momento no ha sucedido, pero si llega a pasar algo tenemos que estar preparados y capacitados», explicó Saralegui.
Nueva tecnología.
A lo largo de los años, el equipamiento del grupo de buceo se ha modernizado: hoy en día cuentan con los llamados cables «umbilicales», de varios metros de largo, que se conectan al buzo y que además de poder pasarle aire de forma ilimitada, permiten saber exactamente a qué profundidad se encuentra y posibilitan la comunicación, tanto entre los que se encuentran debajo del agua —por lo general siempre se trabaja de a dos buzos— como con el supervisor que se encuentra en la superficie. «De todas formas, antes de que los buzos bajen, se establece qué es lo que se va a hacer, cuántas paradas va a haber, cómo va a ser la subida, cuáles son las emergencias que pueden darse, y cómo se actuará frente a ellas. Además llevan, por si le llega a pasar algo al cable umbilical, un tanque de aire», explicó el jefe del Grubu, José Luis Fortunato. El grupo cuenta también con trajes especiales que a través de finas mangueras que tienen en el interior largan agua caliente para los casos en los que se está buceando en aguas muy frías como en la Antártida. Para realizar inspecciones o reparaciones, los buzos también tienen una cámara sumergible que manda información a una consola que hay en la superficie. «Los que están fuera del agua, a través de lo que van viendo en la cámara, le indican al buzo si se tiene que acercar, alejarse o sumergirse más», explicó Fortunato. Para los trabajos militares, el grupo cuenta con un equipo de «circuito cerrado» que permite que el buzo no expulse burbujas a la superficie, de forma de pasar inadvertido. «Está hecho así para no ser detectado. Cada equipo sale 35 mil dólares y permite bucear hasta 7 metros de profundidad porque se usa sobre todo para hacer un traslado de un lugar a otro sin ser detectado, como puede ser colocar un explosivo o ingresar a otro barco», dijo Fortunato.
A ciegas.
Debido a la poca claridad del agua, la gran mayoría de los trabajos los realizan a ciegas y guiándose por el tacto. Para eso, todos los aspirantes a buzos son preparados durante meses. «Se van capacitando de a poco: al principio el buzo tiene que sumergirse en un gran tanque de agua que hay en la sede de la Armada; luego se apagan las luces y después de algún tiempo se le coloca una máscara pintada de negro para que empiece a trabajar a ciegas», contó. Según afirma, el curso es «muy exigente» porque la persona está trabajando en un medio en el que no está acostumbrado a hacerlo. «Muchas veces el agua está muy fría y hay que estar horas sumergido. Eso requiere que estés muy bien físicamente», explica el jefe. El peor enemigo que un buzo puede tener es el pánico, por lo que durante el curso, muchas tareas de entrenamiento consisten en acercarse a esas situaciones de emergencia. «Hay una prueba que se llama de hostigamiento, que consiste en estar 10 minutos debajo del agua. De a poco se te van sacando partes del equipo, como el cinturón de lastre, la máscara o te cortan el aire del tanque. Ahí se ve cómo responde cada uno. Como se bucea en duplas, se ayudan entre ellos y empiezan, por ejemplo, a compartir el aire», contó Fortunato. «Hay que estar preparado porque no es fácil que te falte el aire a tres metros de profundidad», agregó. Dice que ese nivel de exigencia hace que el porcentaje de abandono sea muy alto: de 10 que se presentan en el curso, se reciben tres.
Sin mujeres.
En la actualidad hay 46 buzos y todos son hombres. «A lo largo de la historia no ha habido buzos mujeres, no porque haya algo que diga que no puede haber, sino porque directamente no se presentan», dijo Fortunato.
Como en todas las operaciones militares, el Grubu también tiene su riesgo.
Desde la creación del grupo, han fallecido 4 buzos. «Uno de los accidentes ocurrió hace muchos años. El buzo se desorientó debajo de un barco petrolero de casi 200 metros de largo. La línea de vida se le enganchó y se le cortó. Tenía un tanque de aire que, en una situación normal, dura poco más de una hora. Pero otra cosa es respirar asustado, nervioso e intentando encontrar una salida a ciegas. De esa forma el aire se consume más rápido», aclaró el jefe del Grubu, José Luis Fortunato.
Las causas de la llamada «enfermedad del buzo»
En el buceo «siempre hay un riesgo», explica José Luis Fortunato, jefe del Grupo de Buzos de la Armada. «Hay determinada profundidad en la que podés estar sin problemas, que es hasta los 10 metros. A partir de allí tenés que respetar ciertos tiempos de descenso y ascenso. Si subís muy rápido a la superficie se pueden formar burbujas en el torrente sanguíneo. Podés tener una enfermedad leve si la burbuja se aloja en una articulación. Solo te causa dolor. Para eso tenemos una cámara hiperbárica que te somete a la presión en la que estabas y la burbuja desaparece. Pero podés tener una enfermedad muy grave si se te aloja en la cabeza: podés sufrir pérdida de la vista, del habla o convulsiones. En ese caso, también se somete al buzo a la cámara hiperbárica y la burbuja se te disuelve», explicó Fortunato. www.elpais.com.uy