El 6 de junio de 1944 tuvo lugar el mayor desembarco militar de la historia, un baño de sangre que aceleró el fin de la guerra. Hace 75 años, el 6 de junio de 1944, las tropas aliadas desembarcaban en Normandía. Era la mayor operación aeronaval de todos los tiempos y el preludio de la derrota nazi. Comenzaba la construcción de Europa tal y como la conocemos. La misma que los xenófobos y ultranacionalistas abominan. En 1944, por segunda vez en el siglo XX, los norteamericanos atravesaron el Atlántico y vinieron a salvar a Europa. En el marco del Plan Marshall, que permitió reconstruir las infraestructuras, industrias y ciudades europeas, de acuerdo con los valores económicos y políticos de los Estados Unidos, volverrían a hacerlo entre 1948 y 1951, cargados, ya no de armas y municiones, sino de dólares, en el marco del Plan Marshall. Nacían los cimientos de la Unión Europea vista, también, como una pieza de la estrategia de contención de la esfera soviética durante la Guerra Fría. Pasados los 75 años de aquel episodio, quien se sienta en la Casa Blanca no es Truman sino Trump, para quien una Europa unida y con peso mundial no es una necesidad, sino un fastidio. El ex consejero presidencial Steve Bannon conspira abiertamente para apoyar y financiar grupos ultraconservadores, xenófobos o de extrema derecha, unos en el Gobierno como los de Salvini (Italia), Orbán (Hungría) o Kaczynski (Polonia), otros en la oposición como en Francia , Reino Unido o España. «La verdad es que sin el desembarco de Normandía y, sin el sacrificio de los soldados y civiles soviéticos y el coraje de la resistencia en la Europa ocupada, no seríamos lo que somos hoy», afirma el periodista portugués Rui Cardoso, en una crónica publicada en el periódico Expresso.
Ataque al muro del Atlántico
Si el estratega chino de la antigüedad Sun Tzu hubiera visto el desembarco de Normandía, se habría sentido reconfortado, pues su principio de atacar con toda la fuerza donde el enemigo sea más débil y no se lo espere fue plenamente aplicado.Pero la operación sólo pudo ser llevada a cabo en 1944 porque sólo entonces se había conseguido garantizar la supremacía naval en el Atlántico, anulando la amenaza de los submarinos alemanes, proteger los campos petroleros de Oriente Medio y tomar el control del Mediterráneo, lo que a su vez permitió la invasión de Sicilia y de la Italia continental. Además de garantizar condiciones para el bombardeo aéreo estratégico de Alemania, debilitando su esfuerzo de guerra y buscando minar la moral de la población. Algunos de estos objetivos eran contradictorios entre sí, pues ganar la batalla del Atlántico implicaba desviar a algunos de los cuatrimotores pesados capaces de bombardear Alemania, para garantizar que, desde Nueva York a Londres, no hubiera un kilómetro cuadrado de océano sin cobertura de la aviación aliada A partir de Inglaterra, el camino más directo para invadir Francia por mar era atravesar el Canal de la Mancha, menos de 40 kilómetros que pondrían las fuerzas aliadas, una vez en tierra, en camino directo a la estratégica zona industrial del Ruhr, corazón de la industria alemana. Pero también era la zona más fortificada de la costa y la retaguardia y donde más unidades blindadas alemanas habría contraatacando las fuerzas desembarcadas. La planificación estratégica aliada rápidamente diseñó una alternativa: navegar el cuádruple de la distancia para atacar en Normandía, especialmente en la península de Cotentin, entre Cherburgo y Caen, menos defendida y, una vez establecida una cabeza de puente, moverse hacia el sur, amenazando el este de Francia y Bélgica.
Llamar menos bien defendida a la costa normanda no quiere decir que estuviera desguarnecida. Hacía más de un año que, bajo la dirección del mariscal Rommel, famoso por su habilidad en la guerra del desierto en el norte de África, estaba en curso la construcción de la Muralla del Atlántico, desde la frontera franco-española hasta Noruega. Esto incluía todo tipo de defensas costeras que enmarcaban los posibles puntos de desembarque con fuego cruzado de artillería y armas automáticas. En el interior de Normandía había campos intencionalmente inundados y obstrucción de las posibles zonas de aterrizaje con obstáculos y minas, los «espárragos de Rommel».
Engañar al alto mando alemán
Se definieron cinco zonas de ataque a lo largo de 60 kilómetros de costa, desde Varneville al oeste, a Villers-sur-Mer al este. Dos playas para los estadounidenses al oeste, con los nombres de código Utah y Omaha, dos para los británicos y franceses libres (Gold y Sword) y, entre éstas, una para los canadienses (Juno). Pero para que la operación resultara era preciso seguir convenciendo al enemigo de que el ataque se haría por donde éste lo esperaba, o sea, por Calais. Para ello se montó una campaña de intoxicación de los servicios de información y del Estado Mayor alemanes con diversas vertientes. Una, física, fue la instalación de falsas fuerzas de desembarque en el sureste de Inglaterra que incluían réplicas de caucho de tanques. Para dar credibilidad al escenario se nombró para el mando de este ejército fantasma uno de los más temidos generales aliados, Patton, experto en la maniobra de los blindados con pruebas dadas en el Norte de África e Italia. En el lado virtual, se dieron nombres diferentes a las mismas unidades militares y se emitieron cientos de mensajes de radio no cifrados haciendo referencia a localizaciones y movimientos de fuerzas, tanto imaginarias, como reales. la inteligencia aliada colaboró en este escenario que ha pasado a la posteridad como la Operación Fortaleza y en el que tenía un importante papel, Garbo, un doble agente de origen catalán, que en realidad se llamaba Juan Pujol García, vivió en Lisboa y fue la base de una imaginaria red de espías pro-nazis, puerta abierta para intoxicar el espionaje alemán. La campaña de desinformación salió tan bien que cuando los servicios de inteligencia alemanes escucharon en la BBC la señal de que la invasión era inminente, es decir, los primeros versos de un poema de Verlaine que decía «les sanglots longs des violons d’Autonme … «El Estado Mayor no lo creyó, aunque, a través del interrogatorio de agentes aliados y miembros de la resistencia se hubiera comprobado que esa era la consigna para el ataque inminente.
Con el mar a la espalda
De todos modos, los soldados aliados combatieron en la peor posición posible, con el mar en la espalda y sin posibilidad de retroceso y de maniobra. Por eso era decisivo tener superioridad de fuerzas en el momento del ataque y garantizar que las reservas enemigas no llegaran a tiempo a las playas. Para el primer objetivo se reunió una armada de más de cinco mil buques de todo tipo, de combate, transporte, lucha antisubmarina, desembarque, etc. Para el segundo, se previó el lanzamiento en paracaídas y planeadores de miles de tropas especiales en la retaguardia enemiga. Había que asegurar que en las primeras horas las cabezas de puente se expandieran rápidamente hacia el interior, pusieran al enemigo a la defensiva y no verse cercados como había ocurrido a principios de año en Italia, con el malogrado desembarque anglo-americano en Anzio. Es decir, todo se decidiría en las primeras 24 horas, por lo que el Día D, sería en realidad, al decir del propio mariscal Rommel, «el día más largo», frase aprovechada para el título de la monumental reconstitución ficticia de las operaciones en la película de 1962 , realizada por Ken Annakin, Darryl F. Zanuck y otros, sobre la base del libro homónimo del periodista irlandés Cornelius Ryan.
Diabluras de la meteorología
Para garantizar el abastecimiento de la fuerza expedicionaria se montó un oleoducto submarino desde Inglaterra y se construyó un puerto artificial a base de bloques flotantes de cemento, los Mulberries, que, una vez remolcado y montado frente a la playa de Omaha, permitiría la descarga de cargueros de gran tamaño. Elegidos el tipo y la directriz del ataque faltaba definir la fecha. Había que combinar muchos factores diferentes. Marea baja de madrugada para que las minas y obstáculos submarinos fueran visibles para los zapadores que abrirían camino al desembarco. La luna saliendo lo más tarde posible para facilitar las operaciones aéreas nocturnas. Mar tranquilo junto a las playas y viento del sur para empujar el humo a la costa, oscureciendo el campo de visión de los defensores. Luz del sol durante la primera marea baja para facilitar las operaciones aéreas contra las defensas costeras y también durante la tarde para consolidar el desembarco. Estos factores sólo se conjugarían entre el 5 y el 7 de junio o a partir del 18, y entre la decisión de avanzar y la llegada a las playas había que contar con 72 horas de descanso, dada la necesidad de concentrar y poner en marcha las fuerzas navales. El agravamiento del estado del tiempo atormentó al supremo comandante aliado, general Eisenhower, hasta el último momento pero se escogió el 6 de junio como la fecha final. La meteorología volvería a hacer de las suyas más tarde, con el mayor temporal de que había memoria en la zona, ocurrido entre los días 19 y 24 de julio, destruyendo parte del puerto artificial de Omaha y obligando a abastecer por vía a las fuerzas aliadas. Esto cuando los aliados aún no habían logrado conquistar o poner en funcionamiento ningún puerto francés.
El comando unificado hizo la diferencia
En el lado aliado estaba en marcha una operación compleja, ejecutada de forma tan perfecta como el ingenio humano lo permitía, dirigida por un comando unificado que incluía entidades de coordinación como una junta de jefes de Estado Mayor entre diferentes armas y nacionalidades. En el lado alemán, una sucesión de azares, el peor de los cuales fue la ausencia del principal estratega de la defensa, el mariscal Rommel, de viaje a Alemania para visitar a su mujer, dado que el mal estado del tiempo no hacía temer un ataque aliado. Todo ello agravado por una dispersión de comandos entre fuerzas terrestres y navales, defensas costeras y unidades móviles, con el agravante de que algunas de las mejores unidades blindadas, decisivas para un contraataque, dependían directamente de Hitler, quien se creía un genio militar. Un episodio, ocurrido más tarde, ya con las fuerzas aliadas avanzando por Normandía, ilustra este ambiente. Los alemanes disponían de un arma excepcional, la pieza de 88 mm, pensada para el fuego antiaéreo pero que rápidamente se descubrió que era aún mejor contra vehículos blindados. El 18 de julio, con los británicos presionando ante Cagny, el coronel Von Luck, uno de los pocos comandantes de divisiones blindadas que habían logrado atacar las playas en el Día D, descubrió una batería de piezas de 88 puestas bajo el mando de un oficial de la fuerza aérea. Cuando le pidió que las dirigiera a los tanques enemigos le respondieron que sólo recibía órdenes del mando del aire. Luck le apuntó la pistola y dijo: «Puede ganar una condecoración o un disparo mío en la cabeza. ¿qué elige?»
Saltos en la oscuridad
En la madrugada del 6 de junio los primeros en entrar en acción fueron las fuerzas aerotransportadas. Los aviones con paracaidistas y los planeadores remolcados por bombarderos tenían planes de vuelo insólitos, implicando sucesivos cambios de dirección, tanto en la aproximación al objetivo, como en el regreso a Inglaterra. Es inimaginable ponerse en el lugar de esas persona, sentadas dentro de esas aeronaves, mientras que alrededor explotan granadas antiaéreas. Los paracaidistas deberían orientarse por señales luminosas trazadas en el suelo por camaradas rato antes, pero eso no siempre funcionó. Hubo quienes saltaron antes o después del punto señalado. Algunos aterrizaron en pantanos y ríos y se ahogaron. En general, las unidades se dispersaron y los soldados perdieron buena parte del material. Pero, incluso dispersos, alcanzaron el primero de los objetivos: crear el caos en la retaguardia enemiga, confundiendo a los adversarios en cuanto al número, localización y misión de los atacantes. No faltaban muñecos del tamaño de niños, también lanzados de paracaídas, los Ruperts, que al golpear en el suelo detonaban cargas explosivas que simulaban ráfagas de armas automáticas. Como los alemanes habían cambiado la señalización vial, había paracaidistas que se equivocaban, situación reproducida en la película «El día más largo», cuando el teniente coronel Benjamin Vandervoort, interpretado por John Wayne, grita a sus soldados: «Hacia el noroeste como decían las órdenes. ¿Nadie sabe mirar a una brújula?»
Aguantar hasta la rendición
La más extraordinaria y exitosa de las misiones fue llevada a cabo por los paracaidistas de la VI División británica que, bajo el mando del mayor John Howard, tomaron el Puente Pegaso en Bénouville. Los seis planeadores realizaron una navegación perfecta en medio de la oscuridad y aterrizaron casi silenciosamente junto al objetivo, tomado de sorpresa en cuestión de minutos. La posesión de estos puentes era fundamental para evitar contraataques alemanes en dirección a las playas y para permitir el avance hacia el interior de las fuerzas desembarcadas. La orden era «aguantar hasta la rendición», lo que era más fácil de decir que de hacer, pues los paracaidistas poseían sólo armamento ligero. A diferencia de los estadounidenses, que poseían un arma antitanque eficaz, la famosa bazuca, los británicos tenían un sucedáneo menos potente y sobre todo menos preciso, el PIAT que, en realidad, era un mortero de resorte. Aun así, la noche fue salvada por un disparo milagroso de una de estas armas contra el tanque que encabezaba una columna blindada alemana y cuyo éxito convenció a los germanos de que allí había artillería extremadamente precisa y concentrada.
Omaha, la sangrienta
El asalto a las playas se desarrolló de forma muy dispar: sin problemas de mayor entidad en Utah, con algunos combates en Gold, Juno y Sword y con una situación casi desastrosa en Omaha. En esta playa todo se conjugó en contra de las primeras oleadas de desembarco: falta de eficacia del apoyo de artillería de los buques de la flota y de los ataques aéreos, hundimiento de los tanques anfibios y el inesperado desplazamiento a la zona en los días anteriores de una unidad de elite alemana a 352ª división. Como en los ataques de infantería a las trincheras de la I Guerra Mundial, las sucesivas oleadas de desembarco caían barridas por las ametralladoras, transformando el lugar en una carnicería. Finalmente, los zapadores consiguieron abrir caminos entre los fosos y campos de minas, bajo la cobertura de algunos contratorpederos cuyos comandantes, notando la gravedad de la situación, se acercaron a la orilla casi hasta encallar para hacer fuego sobre las defensas costeras. Las escenas iniciales de la película de Steven Spielberg «Salvar al soldado Ryan» (1998) reproducen con gran realismo el ambiente en esta playa, pero aún más punzantes son las descripciones hechas por Samuel Fueller, que desembarcó aquí como soldado y que luego se transformaría en cineatsa. Habla del horror de una playa llena de sangre y de trozos de cuerpos, donde nuevas oleadas de soldados llegaban con la regularidad de un reloj de cuarto en cuarto de hora para ser masacradas con la misma regularidad. Gracias al fotógrafo de la «Life» Robert Capa, tenemos imágenes dramáticas de soldados tratando de guarecerse detrás de los obstáculos metálicos alemanes, con el agua por el pecho. Otro gran nombre del Hollywood, John Ford, también caminó por Normandía comandando una unidad especial de filmación del ejército, aprovechando la experiencia ganada en los años anteriores en la cobertura de las grandes batallas de la Guerra del Pacífico, como Midway.
De Gaulle en Baieux
Al final del día la primera fase del desembarco de Normandía está cumplida, incluso en Omaha, playa en la que costó cuatro mil bajas entre muertos, heridos y desaparecidos. En la semana siguiente la cabeza de puente se volvería continua y penetraría 30 kilómetros hacia el interior, contactando con los paracaidistas sobrevivientes. Baieux se convierte en la primera ciudad francesa en ser liberada en el propio día D y la visita luego del general De Gaulle le da a este legitimidad política para dirigir el nuevo poder francés. Cherburgo y Caen que, según el plan aliado, debían ser liberadas en los días inmediatos al desembarque, sólo caerán el 27 de junio y el 13 de julio. La aviación aliada bombardea el centro de las localidades para intentar cortar los cruces de carreteras, pero los alemanes conocen el terreno y circulan de noche y por los caminos secundarios. Las bajas civiles son terribles. Con un terreno muy accidentado y cortado por setos y riberas, Normandía favorece la defensa y las fuerzas alemanas lo hacen de forma hábil, aprovechando la geografía. Lo que empezó con una audaz operación aeronaval se transforma en ataques de infantería que recuerdan a los de la I Guerra Mundial en los campos fuertemente defendidos y en guerra de sitio en Caen y Cherburgo. Las unidades SS empiezan a distinguirse por la crueldad con que tratan a los prisioneros y los estadounidenses y canadienses pagan con la misma moneda.
Trampa mortal
Los tanques alemanes, como el Tigre, son mucho mejores en blindaje y poder de fuego, pero los blindados aliados como los Sherman son rápidos, fiables y sobre todo numerosos. Cuando empiezan a ser equipados con piezas de mayor poder de penetración y con tanques de agua para proteger los depósitos de municiones, se convierten en adversarios temibles. Cuando el 25 de julio, ya con el general Patton al frente de una división blindada, los estadounidenses salen de Normandía e irrumpen por el Loira y por Bretaña, el alto mando alemán, ya sin Rommel, herido por el ataque de un avión aliado a 17 de julio, no sabe qué terreno cubrir. Teniendo la intuición de que puede aprovechar el alargamiento de la línea de penetración americana y el espacio entre ésta y los canadienses, ataca en Falaise pero cae en una trampa mortal. Esta vez el terreno desfavorece a los alemanes y éstos acaban en una bolsa cortada por vallas difíciles de transponer y con pocos puentes, a través de las cuales sólo unas decenas de vehículos blindados logran escapar. La Resistencia sabotea todo lo que puede, empezando por la red ferroviaria y por las carreteras. Atrasa la marcha hacia el norte de las divisiones blindadas SS, como la Das Reich, que en represalia lleva a cabo una masacre atroz de civiles en Oradour-sur-Glane. Con un segundo desembarco aliado en el sur de Francia, el 15 de agosto, la suerte de las armas queda decidida. El éxito del desembarco de Normandía esconde las tremendas dificultades que los aliados enfrentaron. Los Panzer podían haber llegado a tiempo a las playas. La orden para retirarse en Omaha estuvo a punto de ser dada. Pero si así hubiera sido y el Día D hubiera corrido mal para los aliados, el desenlace final de la guerra no habría sido muy diferente. Cuando mucho, quizás el Check Point Charlie se hubiera pasado a situar, no en la Friedrichstrasse, en Berlín, sino junto a la Torre Eiffel, y estuviéramos ahora al borde de celebrar los 30 años de la caída del Muro … de París. https://www.montevideo.com.uy